EL VIENTO DE INVIERNO
¿Recuerdan aquel texto, «El viento de invierno», de Roger Caillois? Los miembros del Colegio de Sociología (Bataille, Leiris...) intentaban, allá por los años 30, buscar la manera de reintegrar lo sagrado en nuestra cultura. La dilatación mítica de lo social exigía admitir una precariedad de la base racional de nuestra civilización. Era necesario volver a reconsiderar la idea de «fuerza». No «fuerza» como algo que se domina: «fuerza» que JUEGA a ser dominada. «Fuerza» que eternamente juega. ¿Qué esperaban aterrados y maravillados los habitantes de las ciudades europeas de los años 30? La respuesta: esperaban la Guerra.
Ahora bien, ya Georges Bataille, entre 1933 y 1935, había dado luz a dos obras extrañamente originales, extrañamente análogas: «La noción del gasto» y «El azul del cielo». Y es que Bataille había reconocido cuál era el sustento peculiar de la actividad frenética de nuestra especie: el enfrentamiento con la nada que nos obliga a: 1) salir hacia afuera para poder comunicarnos -sentimiento de angustia porque no somos- aunque nos destruyamos, aunque seamos manchados; y 2) recluirnos en nosotros, aceptar la angustia de la nada. Y es así como la mancha, el excremento, el cadáver son la imagen exasperada y traumática de lo Otro (nuestro ser se mancha, se mancilla al ponerse en juego buscando hacia afuera, desgarrándose). El protagonista de «El azul del cielo» no puede sino buscar su consumación a través de la cacería del cadáver que (no) es: recorrido angustioso en el cuerpo de la mujer, en la enfermedad -la nariz doliente del vómito, la fiebre, el mareo- mientras Afuera la Revolución se cosecha (Revolución política, episodio en Barcelona pero... ¿Revolución o simulacro?); en definitiva: GASTO, CONSUMICION. Ya que hay una parte condenada: despilfarro, derroche del excedente. No por casualidad «La parte maldita» comienza con el célebre proverbio de Blake: «Exuberancia es belleza». Búsqueda de la Guerra como gasto fastuoso de la civilización. Deseo de los dos protagonistas de «El azul del cielo» de que venga una guerra... (purificación por la guerra, aunque no en el sentido de higiene a lo Marinetti, sino en el de GASTO). El trasunto de Bataille y su compañera Dirty, en ese escenario desolado, un campo en la noche cubierto de nieve, recuperan el éxtasis por última vez: pero mientras hacen el amor en el barro, sus cuerpos se confunden con la visión premonitoria de los cadáveres que cuatro años más tarde cubrirán toda Europa.
Pero ¿es la guerra el escenario privilegiado para recuperar aquel carácter sagrado de la exterioridad humana? Los cincuenta años de paz relativa para Europa ¿qué indican realmente? INDICAN, PRECISAMENTE, UNA PROFANACIÓN DEL SUELO EN CUANTO TEJIDO MÍTICO IRREDUCTIBLE. Una profanación hecha en nombre de algo que no es exactamente el ser humano. En el sentido en que el hombre habita ahora un suelo que NO ES PARA ÉL. En el sentido en que la pacificación -llevada a cabo en su nombre- prepara el suelo para otra cosa que no es el hombre.
Pero ¿hasta dónde llega el sentido de esta profanación? La respuesta: hasta el punto en que todo sentido se deduce ahora como una victoria propicia de este saqueo. El olvido del mundo es ahora constante OCASIÓN (en su sentido más comercial). Aceptar la paz en nuestros días es reconocer que la guerra es inconveniente no sólo porque la producción de riqueza está plenamente comprometida con el orden, también porque la guerra implica todavía algo demasiado hecho para el hombre.
No se deduce de esto, ni mucho menos, una identificación entre la guerra y lo Otro, entre la paz y lo Mismo. Durante siglos la guerra fue la palanca del desenvolvimiento de los pueblos, naciones e imperios. Las culturas humanas fueron siempre proclives a los complejos bélicos. En Europa la guerra fue imprescindible durante mucho tiempo. En todo caso, se trataría de desentrañar cuál es el estatuto que sostiene el lento proceso de pacificación (¿hacia la paz perpetua kantiana?). Pero esto no importa ahora. Si la guerra no es exactamente lo Otro ¿por qué excluirla? ¿No será que se negó algo más que la guerra? ¿No será que en algún momento se empezó a suprimir algo mayor, algo más vasto que no dependía tanto de las POBLACIONES humanas como de las CREACIONES humanas?
«Ya no son tiempos de clemencia» escribió Caillois en «El viento de invierno». ¡Resulta heroico el esfuerzo de Caillois y sus compañeros por proteger lo que hay de fuerte y prometedor en la especie humana! Años atrás había sucumbido Nietzsche, en un esfuerzo de mayor alcance. El texto de Caillois era precisamente un manifiesto inaugural que intentaba conciliar -apasionadamente- el individualismo negador del amotinado con una postura integradora, de carácter iniciático, destinada a la formación de élites y sociedades secretas que pudieran responder a la fractura, ya consumada, entre ciencia y creencia, entre razón y mito, substituyendo la enfermedad de la moral por la salud de la fuerza y de la vida poderosa. Hacer del rebelde, no un marginado, un dandy individualista, sino un rebelde fecundo, luciferino y no sólo satánico (negador). Escribía Caillois: «Los mayores individualistas han sido débiles, pequeños, inadaptados, privados de los únicos bienes que habrían querido gozar y cuya obsesión les enfebrecía: Sade imaginando su desenfreno entre los muros de un calabozo; Nietzsche en Sils-Maria, solitario y enfermizo teórico de la violencia; Stirner, funcionario de vida ordenada, haciendo la apología del crimen». Años más tarde, Camus (en «El hombre rebelde») y Sartre (en su «Baudelaire») consumarían la crítica de la rebeldía negadora abriendo la puerta a un humanismo despreciable y reduccionista.
«El viento de invierno» de Caillois está todavía inmerso en el período insurreccional de entreguerras. De otra parte, obedece a coordenadas que ya no se repetirán, al menos de una forma tan descarnada: la conminación que se hace a la sociedad desde el Colegio de Sociología es una conminación radical que no teme legitimarse en presupuestos culturales muy sólidos, genuinos para el hombre como animal cultural. «Los acontecimientos políticos y sociales mismos, que ya no dejan la posibilidad de vivir al margen, sino, cuando más, la de morir al margen» escribe Caillois. Después de la II Guerra el existencialismo francés tampoco intentará marginarse ingenuamente, pero negará la radicalidad del hombre para instalar en su lugar un humanismo pastoso. En los 60, por el contrario, se recuperarán aspectos enriquecedores del ser humano (fiesta, máscaras, drogas...) pero serán reivindicados desde la inocencia sospechosa y estupidizante de una contra-cultura, desde la experiencia imposible de un margen bucólico.
¿Es «El viento de invierno» un viento de guerra, una llamada a la guerra y a la inclemencia? El viento de invierno es sobre todo una llamada al hombre que no quiere aceptar que su voluntad sea vencida por las fuerzas reactivas. Pero la reivindicación de esta fuerza debe ser tratada como positividad, como rebeldía que ya no sólo niega sino que también AFIRMA su diferencia y se siente conminado a unirse a otros semejantes a él para enfrentarse a las inclemencias. Estos, unidos, «deben medirse con la sociedad en su propio terreno y atacarla con sus mismas armas, es decir, constituyéndose ellos mismos en comunidad».
Pero ahora la cuestión es: si el individuo puramente rebelde asienta su afirmación en el seno de una comunidad privilegiada, de una sociedad secreta ¿no se corre el peligro de aniquilar la radicalidad de la diferencia de los que allí se unen? ¿No descubrirá el antiguo negador que la sociedad secreta no es tan mala forma de resistir ACOGEDORAMENTE el inclemente viento de invierno?
Originalmente publicado en Piel De Lobo.
sábado, 31 de octubre de 2009
jueves, 1 de octubre de 2009
ARCHIVO WATCHMEN POR RELOJ MAKECH
Los Watchmen de Zack Snyder: la gran decepción… III
Sutil, pero efectivo. Aunque se trate de un cambio de perspectiva mayúsculo, apenas se percibe. Justo donde resulta motivo de alarma que aquellas generaciones testigo del nacimiento de Watchmen, incluidos autores contemporáneos a la obra para dar su versión del asunto, apenas noten este pequeño gran cambio, bajo pretexto de un ajuste necesario ante la imposibilidad de adaptación intrínseca en el comic mismo.
Hay de por medio que si el trabajo es para facilitar el entendimiento de la narración, bueno, ¿por que se aplicó también el enfoque terrorista para la versión cinematográfica en V de Vendetta, cuando la historia es estrictamente lo que su nombre dice, una intriga de venganzas al estilo veneciano?
Ojo, en el fondo lo que más llama la atención es que no se trata de la adaptación de otra película, sino un comic cuyos méritos narrativos e históricos no están en duda, aunque si se deteriora su calidad intelectual para ser viable como contenido cultural.
De agentes y explosivos
Allá por el 2001 y tras la catástrofe del 11 de septiembre, se formuló una pregunta exótica, extraña, pero por completo pertinente en torno al siniestro de las Torres Gemelas: ¿era predecible? ¿Había forma de anticipar las consecuencias de una iniciativa terrorista a semejante escala?
No es fácil responder a semejante cuestionamiento, pues involucra un nivel de compromiso ético y moral cuyas dimensiones rebasan la conciencia de lo inmediato, tanto en lo individual como colectivo.
Así, poco a poco, la suspicacia se atenuó hacia niveles rayanos en el esoterismo; la pregunta cambió: ¿era concebible? Para entonces, quienes decidieron rastrear las fuentes dieron con antecedente semi olvidado.
El agente secreto, de Joseph Conrad, hoy figura entre las obras maestras de la literatura universal, cuyo relato se inspiró en hechos reales a propósito de un incidente ocurrido en el observatorio real de Greenwich, Inglaterra.
Sin explicación aparente, un hombre hizo estallar una bomba muy cerca del observatorio pero sin provocar el menor daño a la estructura del edificio.
En los registros de la época se conservan detalles tenebrosos que describen los últimos minutos de agonía de este personaje, sin piernas y balbuciendo incoherencias, pues al estallar la bomba no se apartó de ella.
De igual modo, al tratarse de 1894 con la reina Victoria todavía en el poder y apenas seis años después de los eventos de Jack el Destripador, el accidente sirvió para subrayar el ambiente de miseria en la Inglaterra de finales del Siglo XIX.
Para el momento en que Conrad hace pública El agente secreto, además de escándalo y repudio hacia su novela, fue severamente criticado en su calidad de autor al valerse de este trabajo para continuar su obra.
Futuras ediciones de la novela, incluidas las actuales, se entregan al lector con un prefacio de Conrad explicando contenido, motivos y origen de la novela, en el que detalla ciertos pormenores acerca de su creación, dado el descontentó que provocó, aunque más enfocado en la desilusión del autor, pues quería que esta novela fuese su despunte como escritor.
No obstante, la historia hizo justicia al autor, elevando este título al nivel de una de las más grandes novelas escritas en el Siglo XX, porque, al margen de la incuestionable calidad que recorre la bibliografía de Conrad, el escritor confeccionó una narración que anticipa nacimiento y desarrollo de tres aspectos prevalentes durante todo el Siglo XX: anarquía, terrorismo y espionaje.
Se suma que si el carácter del género de la Novela, con todo y su valor literario, pocas veces se delineó ante los ojos de la Historia, Antropología o Filosofía, como una reflexión a propósito de la naturaleza humana, cuyo alcance podía también representar un momento epistemólógico de tal manera oculto, que sólo a través de los ojos del escritor había una proyección tangible de los acontecimientos sociales para convertirse formalmente en expresión universal de un autor.
La novela aborda la naturaleza del caos, expuesta de lleno mediante un tono de nihilismo moral, cuyo riesgo es justamente transformarse en una fuerza de nihilismo social; pero Conrad tuvo a bien desarrollar personajes que sitúan el relato entre la corriente existencialista, así como la novela política, pues involucra dualidades, ambigüedades, así como una filosofía que postula indeterminismo e incertidumbre.
Verloc, doble agente que se mueve entre los anarquistas afiliados a las convicciones de la insurrección rusa por iniciativa de la mismísima embajada, así como es informante policíaco, recibe por comisión del embajador efectuar un acto terrorista, a fin de provocar el apaciguamiento de toda actividad que relacione a los anarquistas con asilo político en Londres, para deslindar a Rusia de todo atentado fuera de sus límites.
Winnie, esposa de Verloc, se escuda en el matrimonio que contrajo con él para cuidar de su hermano menor Stevie, quien es la única razón porque la mujer encuentra sentido a su vida.
Heat, oficial a cargo de las investigaciones para determinar el estado de las revueltas provocadas por los anarquistas, se mueve entre las reglas de su deber, aunque omite a los ladrones, pero no los actos terroristas. Es decir, se porta permisivo con las clases menos favorecidas pero protege a los opulentos, sin orientarse por uno u otro.
Ossipon, afiliado a la causa anarquista, al igual que el Profesor, son los dos miembros del grupo a cargo de las actitudes más virulentas y agresivas, a su manera, cada uno raya en el fanatismo.
Ahora, en la medida que El agente secreto es una reflexión acerca de la nulidad humana, de la falta de propósito en la existencia y cómo esto se ve reflejado en el contexto de una época que servirá de preámbulo al mismísimo Siglo XX, tématica, tratamiento e importancia tienen numerosos paralelismos con Watchmen, que no es de extrañar si se considera el interés de Alan Moore en la época victoriana, de donde proviene uno de sus trabajos más importantes, From Hell .
Entre sopa cuántica y nitroglicerina
Aunque la novela de Conrad es un verdadero caldo donde confluyen diversos personajes, el protagónico recae en Winnie Verloc, de la misma forma que el tirón hacia la conciencia corresponde a Laurie Jupiter.
Mientras Winnie vigila a su hermano Stevie, oficialmente incapaz de tomar decisiones propias en virtud de una discapacidad, Laurie tiene a su cargo el cuidado del hombre más poderoso de la Tierra, pues a través de su relación mantiene lazos con la humanidad, pese a su total desconexión con el mundo.
No obstante, Winnie no es feliz y sucumbe ante la seducción de otro hombre, Ossipon; mientras por su lado, Laurie se ve tentada por experimentar una vida real con el Búho Nocturno.
En Lugar de un Comediante, abierto representante de un extremismo irracional, bajo la guía de una supuesta causa, está el Profesor, por su carácter desmedido, incluso rabioso en términos de desdén y abyección hacia la humanidad.
Así como la madre de Winnie es el instrumento que conduce a su hija hacia los brazos de Verloc, pues desde su punto de vista constituye lo que debe ser un caballero —a quien le excede importancia—, la madre de Laurie es quien en la práctica empuja a su hija en dirección de la vida de superhéroes.
El lugar del agente Heat, quien es en realidad una forma bastante ambigüa de policía responsable, pero a la vez inocente, sin doble moral conducida con genuina malicia, su contraparte sería la compulsión obsesiva de Rorschach, la vocación desmedida por una forma de verdad.
Por último, el doble agente, Verloc. Presa de una necesidad basada en el más absurdo e imbécil de los planes posibles, Verloc representa la cúspide de la haraganería e incompetencia de que sea capaz concebir a un personaje. El resultado directo de sus maquinaciones consisten en la muerte de un inocente y un atentado que ni siquiera llega a consumarse lo más mínimo. El opuesto de ello sería el hipercerebral y eficiente Ozymandias, quien excede la medida de la realidad con un plan por igual inverosímil e inhumano.
Pero, ¿dónde queda el mérito de Alan Moore si gran parte de su trabajo tiene tanta semejanza con lo hecho por Conrad más de 60 años atrás de la publicación de Watchmen ?
Básicamente por algunos detalles: comic, ciencia ficción y otro invento de inicios del Siglo XX, la psicología.
Los Watchmen de Zack Snyder: la gran decepción… II
Posted in Alan Moore, Cine, Comics, Zack Snyder con etiquetas Alan Moore, Cine, Comics, Watchmen, Zack Snyder on Abril 6, 2009 by szofiel
Del olvido al no me acuerdo, hasta “Y eso, ¿a mí qué?”
Pero, ¿en qué repercute para el tratamiento de la película? Básicamente, porque se trata de un esquema similar al seguido durante años por Hollywood cuando se adaptan películas extranjeras ( Abre los ojos (1997)/ Vanilla Sky (2001), Yojimbo (1961)/ Last Man Standing (1996), Ringu (1998)/ The Ring (2002), Ju-on (2000)/ The Grudge (2004)…).
La gran mayoría de argumentos y narraciones que pasan por un tratamiento de adaptación, resultan mutilados en sus propuestas más importantes para calzar la perspectiva moral del anglosajón promedio, sin importar que los valores originales de la obra resulten deshechos del todo.
Por ejemplo, cuando Kurosawa planteó Yojimbo , sembró algunas de las semillas definitivas para el antihéroe por excelencia, cuyo origen real procedió de la literatura noir de Estados Unidos; específicamente, Cosecha roja , de Dashiell Hammett. Sin embargo, el tono cínico y nihilista de policías, detectives y gansters que participan en la novela estuvo muy por encima del gusto de aquél entonces, para siquiera proponer una adaptación que diese fe de la corrupción imperante en la Gran Depresión.
Pero el valor literario allí estaba. Kurosawa lo tomó y reinventó el concepto para crear una de las leyendas del cine japonés. Es hasta que se presenta la versión japonesa de la narración cuando Hollywood decide probar la efectividad del tratamiento de Kurosawa y, en adelante, varios de los personajes forzudos, vagabundos, representantes de una justicia y moral gris, hacen acto de presencia tanto en los géneros western como noir .
Otro ejemplo clásico viene de Abre los ojos , cuyos toques de incertidumbre, paranoia y alienación permean la película hasta el mismísimo final. De hecho, la mayor reivindicación del protagonista es la promesa de un futuro; la simple y sencilla oportunidad de recrear todo aquello que forma parte del estricto pasado, incluidos los errores que lo condujeron a la criogenia, son una forma pasajera de purgatorio, hasta alcanzar la plenitud de conciencia que lo libera para conducirlo hacia la realidad.
Sin embargo, la versión de Vanilla Sky se presenta como un verdadero desplante del más puro y egoísta orgullo macho, que saca revancha hasta el último instante del relato, cuando el protagonista se coloca en el papel de víctima y “demuestra” que era él quien realmente se encontraba en una posición más valiosa que su amante, en calidad de un recuento sin madurez ni evolución. De hecho, Cameron Crowe comentó para edición del DVD que se trataba de la reescritura de un relato que ameritaba sentirse como propio para Estados Unidos…
Así, ya en el caso de Watchmen, el argumento parece tener elementos derivados del original, pero el tratamiento lo lleva en una dirección totalmente distinta: mientras el comic se refiere a un estado de descomposición global que amenaza con acabar la Tierra en su totalidad y, para evitarlo, se recurre a la amenaza de una invasión alienígena inexistente para generar una coalición internacional, los Watchmen de Zack Snyder se refieren a una especie de historia natural del poder estadunidense y cómo, ante semejante desarrollo, la primera confrontación real hacia dicha evolución social es el terrorismo.
Mientras en el comic la solución fue dada por Veidt, con premisas que pretenden emular la sabiduría de Alejandro “El Grande” en una utopía hacia la unificación, en la película se trata de aplastar poder con mayor poder, mediante un truco verosímil; cuando el primer Veidt en realidad apela —mediante su genio— al mayor absurdo concebible en forma de calamar gigante, en efecto, se vuelve posible la amenaza extraterrestre. De hecho, la solución resulta efectiva por improbable, además de alimentar a la perfección el sentimiento paranoico del mundo. En cambio, para la versión cinematográfica, sólo es concebible una desviación tanto de la propia percepción del poder como de aquellos en quienes recae.
Precisamente por la exagerada importancia en la figura de Nixon, el primer rostro que aparece en pantalla apenas inicia la película, hacia allá va a dar el argumento: una metáfora de las condiciones actuales de Estados Unidos, en términos de las tradiciones de gobiernos y cómo, los principales afectados, siempre han sido sus habitantes.
Allí, sólo allí, podría decirse que hay una relativamente interesante propuesta tanto del guionista como el director, pero no la subrayan suficiente para entender que así es. De ese modo pasarían por encima de Nixon, Reagan y los resultados de ambas administraciones Bush. Pero eso es lo menos explícito del relato, salvo por la mención indirecta a la “ Denegación plausible ( Plausible Deniability)”, invento estricto de Ronald Reagan.
Dicho recurso consiste en admitir que sí, hubo una invasión a cierto país de Centroamérica, pero no se sabe que tal cosa haya pasado. Es decir, el autor intelectual propone un esquema que será ejecutado por alguien más, un especialista sin afiliación oficial a ninguna dependencia del gobierno, se encubren sus pasos y cómo nunca se registro el procedimiento, por supuesto, no hay forma de saber qué pasó ni quién lo hizo. Se niega la participación, simple y sencillamente porque no se tiene información concreta al respecto.
La denegación plausible reapareció con Bush y fue acerca del 11 de septiembre, pero tampoco se hace mención explícita a ello. De allí la efectividad de una metáfora “nixoniana” al final de la cinta, igualmente tibia en lugar de frontalmente crítica.
Los Watchmen de Zack Snyder: la gran decepción… I
Apenas dos semanas después de su estreno, Watchmen impuso toda una serie de marcas en la historia de las adaptaciones cinematográficas de un comic, aunque tres de ellas dejan bastante qué decir.
Por un lado, se trata quizás de la única película con una maldición a cuestas, lanzada por el creador de la narración original, quien es chamán además de escritor.
Se añade la advertencia de Zack Snyder, dos días antes del estreno mundial, cuya declaración para la revista Wired consistió en señalar que se dio por vencido ante la naturaleza grandilocuente del original; por ello, la película debe ser vista como una versión personal, en lugar de adaptación definitiva de Watchmen.
Pero una pregunta se queda en el aire y como consuelo flota una vaga ambigüedad, ya no por motivos románticos en torno al comic ni un principio de autor para la disciplina, sino la cruda incapacidad de la cosmogonía hollywoodense para extenderse fuera de sus cada vez más estrechos márgenes.
Principio y valores de producción de Watchmen rebasan la norma de la buena empresa: excelente fotografía, efectos especiales innovadores, reconstrucción histórica y dirección de arte impecables, incluso dirección de actores decorosa.
Pero cuando se trata de realización, estricta dirección a propósito de una obra, justo allí el concepto se viene abajo a plomo… Francamente, las fallas no son poca cosa, pues dan al traste en dos aspectos vertebrales de la narración original: deconstrucción política de entonces y construcción psicológica de los personajes.
Entre monstruos y superhéroes
Cuando se repasan obra e historia de Moore en torno a los tratamientos que hace reflexionando sobre el quehacer político, ya desde 1982 con V de Vendetta (V for Vendetta), el autor hizo público su rechazo al gobierno de Margaret Tatcher, así como las alianzas formadas con Ronald Reagan y el respaldo que recibió de Richard Nixon, siempre tras bambalinas de toda decisión a gran escala.
Para el momento en que Watchmen se publica, Moore plantea la posibilidad de que Nixon, en efecto, hubiese ganado la guerra de Vietnam gracias al recurso imposible de un ser cuasi omnipotente, con lo que habría logrado también la simpatía civil de Estados Unidos, pues una de las razones porque se vio favorecido el escándalo Watergate que lo depuso del poder, radicó en el trasfondo económico, así como el creciente poder que amasaba Nixon con cada estrategia que aplicó a nivel nacional, para extender una sutil política de predominio a nivel global, además de mantener en actividad la Guerra Fría y una permanente amenaza de 3° Guerra Mundial, basadas casi todas en iniciativas de fuerza bruta.
No obstante, la imagen proyectada por Snyder acerca de este Nixon, en lugar de cuestionar su proceder —acorde con la figura desarrollada por Moore—, le da el lugar de primer “vigilante” responsable de Estados Unidos, quien no sólo tiene en sus manos decisiones locales en torno al gobierno de su país, está en condiciones para decidir por el buen proceder de su sociedad pasando por encima de todo derecho civil, además de manejar el destino del mundo entero.
El “acto Keene” que refiere la narración, en lugar de plantearse como abierto golpe de estado, mismo del que Nixon saca provecho para instrumentar las habilidades de los poderosos “a favor de la nación”, aquí pasa como una simple medida de corte jurídico, cuya justificación consiste en retirar de todo sujeto la posibilidad de ejercer acción o juicio, sin estar debidamente investido por alguna forma jurídica que lo respalde.
En la práctica, es decir, en la vida real, las dimensiones de admitir y permitir la existencia de vigilantes, equivale a decir que un Estado de derecho es incapaz de proveer el mínimo de garantías individuales, entre las que figuran protección y bienestar de los ciudadanos de dicho Estado, mediante aparatos debidamente instrumentados para lograr un mínimo equilibrio entre la insurrección social y la dictadura declarada; en virtud de semejante incapacidad gubernamental, la aparición de vigilantes sería la primera manifestación de tal ineficiencia política.
En su defecto, que ante la ausencia de todo precedente, el ejercicio del poder político bien podría alcanzar nuevas estaturas mediante la intervención de semejantes protagonistas sociales, por intermedio de la administración gubernamental.
En otras palabras, Moore planteó una balanza macabra cuyo eje tenía sentido en función de la historia y el absurdo, pero potencialmente verosímil desde el contexto de la fantasía.
No hay en el comic, explícito, indicio alguno de que Nixon como presidente reelecto aparezca en calidad de una figura presidencial eficiente, comprometida tanto con su administración como a nivel histórico, que resulte eximida ni amortiguada. En todo caso, la predisposición de la cultura norteamericana por percibirse autorrepresentada mediante un líder afín a la idiosincrasia de su sociedad.
Así, pese a la talla legendaria del comic y al abierto reconocimiento a la persona de Moore, en realidad hay de por medio tanto un toque de melancolía respecto al cese de una época así como crítica, en la que todo fan del comic abraza la subversión en la medida que se le devuelve un reflejo desvirtuado y sin concesiones respecto a la supuesta “fortaleza” de un predominio cultural.
Escuela de Gobierno: Reagan, Nixon, Bush y Ford
Pero sólo en términos de una primera contradicción de fondo que desde la perspectiva de un estadounidense —Snyder—, se falseó para minimizar de la fantasía inglesa —Moore— el carácter de sus implicaciones sociohistóricas.
¿Quién vigila a los Watchmen? ¡Alan Moore! (III y última)
Pero, ¿qué clase de entorno puede ser?
El momento en que Moore escribe Watchmen, tiene todo menos buenas expectativas. El título es fiel testigo de su tiempo: guerra nuclear como peligro inminente, crisis política en los bloques social-comunista y capitalista; el nacimiento de la tecnología de cómputo, en calidad de alternativa para control, amenaza y dispositivo de poder; condiciones económicas cuestionables, insatisfacción social, así como un entorno moralmente ambigüo.
Pero lo que preocupa a Moore son dos cosas: pérdida de la inocencia y sublevación/corrupción del poder. Determinada calidad de vida para la que fantasía, honor, dignidad, voluntad, dejan de ser ideales vueltos nociones abstractas sin sostén ni propósito. Asimismo, una vez perdida la dimensión pacificadora de la imaginación, una condición constructiva pese al absurdo cotidiano, un estado de esperanza activa que lucha por sí misma sin importar el panorama, todo se sustituye por apetito desmedido de control, omisión del prójimo, al igual que desvanecimiento de toda frontera humana frente al derrotismo.
En otras palabras, que el individuo pierda todo punto de referencia, ante la capacidad aniquiladora del proceso civilizatorio en sí.
Pero no era una idea nueva entre los temas tratados por Alan Moore, a propósito de las preocupaciones del autor. De hecho, años antes de Watchmen, en 1982, desarrolló el planteamiento del “superhombre” nietzcheano, desde la perspectiva del “superhéroe” de los cómics, todavía hoy consumada como LA narración definitiva en torno a la utopía de criaturas superiores al hombre, con atributos y cualidades semejantes a las de dioses: Marvelman/Miracleman, donde elaboró las consecuencias últimas de semejante estado de descomposición humana, consumada por la figura del superhombre.
El prólogo, basado en una de las aventuras del personaje original de los años 50, Moore lo trabajó de tal modo que sirviera como parteaguas para el desarrollo de todo el argumento: personas ordinarias soñando con un mundo maniqueísta, donde caos y orden pelean entre sí, aunque en la práctica tal premisa corresponde a otra cosa.
Es en el remate como se aprecia el genio de Moore. En lugar de un relato según la costumbre de la época —en apariencia, a donde se dirige—, el autor modificó el tono para pasar de un pretexto gratuito a una tesis escalofriante: ¿qué ocurriría si una sola de semejantes personas pudiese adquirir poderes como los mencionados? La mentalidad de un niño con el poder de una bomba atómica, incapaz de distinguir matices ni ligeras variaciones que marcan el acento en cuestiones de tipo afectivo.
Es decir, ¿qué pasaría si un individuo sin suficiente conciencia de sí mismo, se convirtiera en la cristalización perfecta de todos los aparatos de poder que se supone conforman una civilización? Esto es, en lugar de adquirir conciencia propia.
Hasta aquí, debe quedar claro el contraste entre Miracleman y Watchmen, a propósito de esta posibilidad: superhombre versus superhéroe. Sin embargo, en ambos casos está de por medio el planteamiento de una distopía/utopía, donde las dos variedades se manifiestan; asimismo, los distintos tratamientos que involucra cada una.
Así, una de las grandes quejas en torno a la obra, adaptada sin considerar los pequeños giros, las sutiliezas propias del trabajo que representó conjurar una de las piezas más elaboradas en la historia del comic, es el verdadero reclamo de Alan Moore, cuando muestra su malestar contra todo lo que involucre el cine y la forma en que se ha modificado su visión de las cosas.
Por un lado, mientras Miracleman representa una pieza magistral, es del pasado. Watchmen, simplemente por su construcción, es infinitamente más compleja desde una perspectiva literaria y de comic. Las únicas comparaciones que sostienen un parecido con la obra de Moore suelen ser El Quijote de la Mancha, cuando a la mitad de la obra es retomada por tres escritores más; Si una noche de invierno, un viajero, de Italo Calvino, con su incensante cambio de escenarios, personajes y capítulos, además de la obra de Borges. Aunque parezca exageración, no lo es.
Mucho después, esta necesidad de elevar el comic a estaturas por encima de la convención, así como transformar su visión personal de la literatura, llevaron a Moore en otra dirección, también muy cuestionada.
Lo curioso y único de esta declaración es que se rumoraba algo así, mucho tiempo antes de que DeZ Vylenz, realizador del documental, la captara de boca del mismo Moore. En suma, un trabajo muy valiente de ambos, a la vez que una declaración amplia y sincera como no las hay en abundancia por parte del autor, salvo en el documental Monsters, Maniacs and Moore (1987).
Faltan pocos meses para el estreno de la cinta, pero sólo como pretexto para aproximarse a otra más de las narraciones que han llevado a tan singular escritor a la cúspide misma de la fama.
¿Quién vigila a los Watchmen? ¡Alan Moore! II
Actualización: Para todos aquellos pendientes del futuro estreno de Watchmen, una mala noticia: desde que se mencionó el 12 de febrero de este año, no se le dió suficiente importancia por parecer simple rumor, aunque ya se confirmó su certeza.
En estos momentos los estudios Fox están disputando con Warner Bros. la propiedad de los derechos para la adaptación cinematográfica de Watchmen, debido a que entre 1986 y 1990, Fox adquirió todos los derechos de adaptación de los 12 ejemplares del comic, a partir de los guiones de Charles McKeown y Sam Hamm. En 1991 se asignó el desarrolló del proyecto a Largo International, casa productora independiente, bajo advertencia de que tales derechos seguirían en vigor para Fox, sin importar que fueran delegados a un tercero.
Con el desmantelamiento de la casa productora, la responsabilidad de los derechos fue transferida a Lawrence Gordon. Gordon asumió la responsabilidad de pagar cualquier prima, en caso de participar en el desarrollo de Watchmen con cualquier estudio o permitir que se produjera por otra persona.
En estos momentos, Fox afirma que nadie, Gordon o Warner Bros., ha realizado pago alguno cuando la especificación del contrato es tal.
Después, el 31 de agosto, Fox hizo pública su demanda, argumentando que no se puede llevar a cabo el estreno de la cinta el 6 de marzo del 2009, debido a que deben restituirse sus derechos.
No obstante, pese a que el caso ya se emplazó para la corte, hay atenuantes a favor de Warner: aunque resulta bastante simpático, el caso comenzará el 6 de enero, apenas días despúes de las fiestas de año nuevo, en apariencia porque el juez Gary Allen Feess ¡también es admirador de la novela! No es seguro, pero a él se debe que se programara dicha fecha, para sorpresa de todos.
Según la declaración del juez ante los medios, quiere que el caso se concluya rápido, pero dejó el resto del año para la preparación de evidencias de ambas partes. Sin embargo, este tipo de maniobras no es común, ya que de las ocasiones en que se ha presentado, sirve como recurso para boicotear una cinta, dejando paso libre a la compañía demandante.
El 3 de septiembre se dieron a conocer estos pormenores y, de entre las distintas comunidades en internet siguiendo la evolución de la cinta hasta su estreno oficial, muchos se alegraron, pero falta saber cómo concluirá el caso.
Pero, ¿cuál es la importancia de Watchmen, visto en retrospectiva? Este título es para el comic lo que el Ciudadano Kane (Citizen Kane, Orson Welles, 1941) representa para la cinematografía universal. Sirvió para sentar las bases de casi toda temática de los siguientes 22 años, a partir de la publicación del primer ejemplar en septiembre de 1986 y el cierre de la serie en agosto de 1987.
Oscuro, nihilista, controvertido, excéntrico, el argumento aborda un cuestionamiento tradicional que, indirectamente, dio origen a las vertientes separando esta expresión industrial de movimientos alternativos, regionales y underground: ¿qué pasaría si los superhéroes fuesen conscientes de su lugar en la sociedad, no sólo como entidades representando la lucha entre el bien y el mal, sino seres cuya noción de la realidad oscilara entre la más pura humanidad, totalmente falible, además del poder absoluto, por completo corrupto?
Quién es quién...
La noción general de lo que representa un comic suele ser sinónimo de superpoderes, héroes y villanos incluidos, cuando en realidad el término abarca toda expresión que amalgame por un lado gráficos mientras en el otro texto, delineados por las convenciones de un lenguaje en constante evolución.
Definición de comic, según Scott McCloud, en "Understanding Comics"
En la práctica, el cómic de superhéroes tiende a ser la expresión opuesta de todo eso; la más cuadrada, vieja, decadente de todas las posibilidades que el medio puede plantear. Sirve muy bien como cliché, al mismo tiempo que pretexto, pero depositar todo el rigor del relato en este recurso como único elemento, ya no es la opción privilegiada. Cuando es propositivo basado en esta temática (Wanted, Mark Millar; The Boys, Garth Ennis…) el resultado es una provocación directa a las convenciones que lo definen, pero todas deben algo a Watchmen.
Los antecesores de Watchmen
Versión reciente
Lo interesante es que Alan Moore detectó prácticamente todas sus debilidades como género, para convertirlas no sólo en fortalezas sino fuerza motriz de la narración.
El comienzo de la historia es muy semejante a numerosas entregas en las que —tratándose aquí de Rorschach— Batman inicia una investigación para dar con el responsable de un crimen; de una forma u otra, recorre a todos los candidatos involucrados en la cuestión. Salvo contadas historias, superhéroes y supervillanos incluidos. En forma bastante clásica, se apega al esquema de Agatha Christie: el detective sale de cacería, con los culpables potenciales a la cabeza. Luego, desarrollo y resolución del caso se conforman poco a poco. El problema de raíz es que quien efectúa la pesquisa es un paranoico hecho y derecho; el método con que se plantea resolver el conflicto no es menos enfermo.
Rorschach
En primer lugar, opera en la marginalidad. Tras un edicto gubernamental llamado Acto Keene, todas las actividades relacionadas con vigilantes se consideran ilegales y motivo de provocación al orden establecido. Por esa razón, todos los que alguna vez fueron superhéroes se encuentran en el retiro o caidos en desgracia.
El recuento de los daños
Rorschach intuye que algo está mal; pero la gran ironía es que hostigando, mediante tortura, provocando, tan sólo repite aquello que ha hecho durante años, cuando en realidad sabe que es de mayor proporción que la simple confrontación física.
Búho nocturno (Nite Owl)
Llegado a cierto punto, tras conocer la galería de personajes que conforman el relato, hay dos quienes representan facetas conocidas: el inventor Nite Owl (Búho nocturno), quien también combatió el crimen con aparatos y disfraces, todos diseñados de acuerdo con el ave de presa y Ozimandias, genio superdotado y multimillonario, reconocido como el hombre más brillante sobre la Tierra.
Ozimandias
Moore pone en personajes diferentes lo que generalmente recayó en Batman como un todo y, dependiendo del escritor de la historia, en lo que se puso más relieve de una u otra característica: detective, inventor o genio millonario.
El peso de esa decisión radica en que se ahonda en la estructura de cada personalidad según tales atributos: uno torturado por la necesidad de encontrar una razón a los problemas del mundo, buscando culpables entre ladrones y homicidas; otro, deprimido porque sin el pretexto para salir por las noches a divertirse con juguetitos, se descubre ridículo siempre quejándose por haber aumentado de peso, rumiando glorias pasadas; por último, el genio, pudriéndose en dinero, ocultando todo cuanto tiene que ver con él, pero en realidad rodeado de esquemas de alcance global. No obstante, la investigación corre a cargo del paranoico.
Dr. Manhattan
Luego, el Dr. Manhattan, antes de experimentar su transformación, fue desde niño una persona acostumbrada a que decidieran por él; incluso su nombre es resultado de la decisión de una compañía de relaciones públicas. La criatura más poderosa del mundo, sin el recurso necesario para elevarse definitivamente por encima de todo: libre albedrío. Desde entonces, dada su capacidad, desprendimiento e interés tienen que ver con todo menos emociones elementales.
Silk Spectre (Espectro de seda)
Hija de una superheroína madre soltera, es empujada a continuar su carrera sin estar a gusto con la idea de prolongar una decisión ajena, hasta que encuentra al sustituto de un padre todopoderoso, a quien quiere y consigue como pareja: el Dr. Manhattan.
El encuentro
Moore elaboró personalidades que lejos de ser el equivalente de las “ Historias de origen”, es decir, relatos en los que se explicaba el nacimiento del superhéroe y la razón de sus poderes, se ven sus defectos personales como la razón principal para haber elegido semejante actividad.
Con tal clase de vigilantes, en lugar de percibir la naturaleza maniqueísta del bien y el mal, se dio una reflexión de lo humano en contexto límite, ya no por las peleas libradas, sino conflictos personales con que debían mantenerse en pie. Por si esto fuera poco, su entorno dista de ser placentero
ALAN MOORE: LA ALQUIMIA DEL PENSAMIENTO POR Mauricio Matamoros Durán
ALAN MOORE: LA ALQUIMIA DEL PENSAMIENTO
Mauricio Matamoros Durán
Consumar la lectura de una de las obras de Alan Moore, es tan satisfactorio como concretar un gran proyecto. Sus palabras, ideas e imágenes, durante el inicio, proceso y fin de la lectura, son como un auténtico acto mágico en el que vemos la transformación de un mensaje, una idea, en una realidad que palpita en nuestro cerebro.
Conforme el lector surca la lectura de la obra de Moore, se esfuerza, la doma y se apropia de ella, una idea íntegra de sentido y desarrollo parece entonces revelarse en la mente: las palabras, y lo que cada una guarda, trascienden el globo de diálogo para alcanzar un nuevo nivel al interactuar con la imagen, con lo que cada dibujo dentro de una viñeta o página está destinado a comunicar.
En lo que pocos lectores reparan, es que igualmente los dibujos trazados por el dibujante comparsa de Moore, en gran medida, han tomado el sentido y la forma final debido a las instrucciones de Moore en el guión técnico de cada episodio.
Casi podemos decir que la totalidad de la obra de Moore ha sido bendita con la traducción gráfica de grandes ilustradores de historieta; así, su mensaje es claro e impresionante.
Y es así que cuando el lector finalmente se apropia de cada lectura a la obra de Moore una especie de movimiento mágico se devela: las viñetas ya no son cuadros que estrechan y cortan una acción, sino que funcionan como eslabones de una cadena matemática que busca arrojar un resultado, una compleja ecuación que exige atención y compromiso para llegar al objetivo.
Efectivamente, consumar la lectura completa de una de las obras de Moore, es tan satisfactorio como concretar un gran proyecto. Sus palabras, ideas e imágenes, durante el inicio, proceso y fin de la lectura, son como un auténtico acto mágico en el que vemos la transformación de un mensaje, una idea, en una realidad que palpita en nuestro cerebro. Se trata de la transmutación del pensamiento.
ENFERMEDAD DEL LENGUAJE
Para Moore la Palabra es Magia, e igualmente el mismo acto de generar un pensamiento lo es.
Parece que uno de lo adagios más viejos es aplicable a Moore: el primer libro que recuerda tomó en una biblioteca cuando niño fue The Magic Island, siendo la palabra Magic la razón tras dicha decisión. Como Moore lo cuenta en una reveladora entrevista (realizada por Eddie Capmbell en su efímera publicación Egomania), los sucesos y personajes mágicos han sido su combustible y razón artística desde entonces. Comenzando con cuentos de hadas, clásicos de aventuras y fantasía, pasando a los superhéroes y de ahí a la Magia vista desde otras perspectivas en los ensayos de Aleister Crowley, John Dee o Stephen Hawking.
Infancia es destino, podemos asumir prácticamente sin chistar en este caso: los grandes Magos están predestinados, según advierten las grandes historias y revelaciones.
Y fue de esa forma que Moore, prácticamente, sin saberlo hizo camino hacia la Magia. Como lo hemos dicho, el simple entendimiento de la historieta como un recurso narrativo especial, para dislocar la percepción de la realidad y resolver incluso dilemas existenciales (como todo ejercicio artístico pleno permite a su creador y, en ocasiones, a sus espectadores), llevó a este autor a percibir de forma especial nuestra y otras realidades a través del cristal que implica dicho medio.
Impedido al estatismo mental, Moore ha encontrado que cualquier elemento mínimo de una idea es de facto un acto mágico, pues surge de la nada. Se trata prácticamente de un milagro del cuál no existe aún una forma de medir o perseguir su origen.
La Magia le ha dado el conocimiento, las herramientas para entender todo el lenguaje del tiempo y la vida, es como un alfabeto que permite ver los símbolos y los signos como “una parte de ti, ya no como un misterio. Es un lenguaje para leer el universo”, explica el autor.
El Ideaspace es un concepto propuesto por Moore y a través del cual podemos ver lo mencionado, pues éste se trata de un espacio hipotético, una realidad en la que todas las ideas, sus posibilidades y alternativas, existen juntas y en interacción, o como su propio descubridor propone de una forma más científica: “ideas virales que más o menos son contrapartes metafísicas de los genes”. En Ideaspace todas las ideas existen, como todas nuestras casas existen en el mundo: es un terreno en el que las ideas e imaginación de cada individuo habitan, pero a la par de las generadas o cuidadas por el resto de la humanidad. Se trata de un mundo en el que cohabita todo lo que puede llegar a catalizarse en nuestra dimensión.
William Burroughs y Brian Eno, tal vez se traten de los dos autores modernos más reverenciados por Moore, y en ambos intelectos la búsqueda por acceder a nuevas formas de pensamiento y creatividad, arrojan prácticamente conjuros mágicos. La técnica Cut-Up de Burroughs (cortar palabras de un texto lineal previamente concebido, para reacomodarlos con un nuevo sentido) y el set de cartas Oblique Strategies, creado por Eno y Peter Schmidt (en el que a partir de propuestas impresas en un juego de cartas, se obtienen alternativas para resolver problemas en todo tipo de situaciones), variaciones mágicas utilizadas en distintos momentos por Moore, competen dos formas por acceder al mundo inconsciente a partir de estrategias no lineales y como formas de dialogar y entender a las ideas, a las palabras.
Cada lector, entonces, tendrá reservada su opinión sobre la importancia de esto, pero pocos podrán negar que la experiencia de varias de sus lecturas han sido, podemos suponer, como el de los primeros pasos del hombre en la Luna en 1969: algo totalmente increíble, excitante e inolvidable.
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