martes, 25 de noviembre de 2008

ADOLF GUGGENBÜHL-CRAIG: EL ARQUETIPO DEL INVÁLIDO


EL ARQUETIPO DEL INVÁLIDO
por Adolf Guggenbühl-Craig

Cap. 2 de su libro "The emptied soul" (El alma vaciada), Spring. Pub. Co.
previamente publicada como "Eros on crutches" (Eros en muletas)

Trad.: Enrique Eskenazi

Volvamos a la cuestión de la naturaleza de esta fuerza de fuerzas, este daimon, que desafía nuestros intentos bien intencionados hacia una salud total. ¿No podríamos acaso estar tratando con un arquetipo? La pregunta no es tan traída de los pelos. Debemos plantearla cuando nos vemos enfrentados a un fenómeno psicológico que no puede explicarse o entenderse lógica o racionalmente. Aquí entiendo por "arquetipo" no tanto una imagen sino más bien "un esquema innato de conducta en una situación clásica típicamente humana". Esto está de acuerdo con las obras ulteriores de C. G. Jung.


La invalidez siempre ha estado ciertamente con nosotros. Todos los vivientes, todos los seres humanos, llegan deficientes a este mundo, careciendo de algo, sea debido a la herencia, infección prenatal o trauma del nacimiento. Nos volvemos más y más deficientes a medida que nuestras vidas progresan: accidentes, enfermedades y el mismo proceso de envejecimiento dejan limitaciones permanentes. Mientras mayores somos, mayor es nuestro grado de invalidez. De un modo u otro, todas nuestras funciones físicas, mentales y psíquicas se ven impedidas. Tener que vivir con y reaccionar a tales deficiencias es una situación típicamente humana. Por tanto, ya que hemos hablado de un arquetipo como una reacción a "situaciones típicamente humanas", ¿no podríamos concluir que la invalidez es arquetipal por naturaleza?


Estas deficiencias pueden afectarnos en mayor o menor grado. Podríamos ni siquiera pensar dos veces acerca de ser daltónicos o tener una pierna ligeramente más corta que la otra, en tanto que el retardo o la debilidad mental serían mucho más serios. La pérdida de visión en un ojo no interferiría notablemente con el potencial para nuestro desarrollo; la sordera total debida a una explosión, por otra parte, es otra cuestión. Ser demasiado excitable como consecuencia de una contusión cerebral no tiene el mismo efecto sobre nuestras vidas como los cambios de personalidad que acompañan a varias enfermedades del cerebro y el sistema nervioso (Puesto que el cerebro tiene un lugar central en nuestro funcionamiento psíquico y emocional, encontramos el mayor espectro de invalidez en conexión con este órgano). Puesto que el enfrentamiento con las deficiencias, con la invalidez, desempeña un papel tan importante en la vida humana, podríamos estar justificados al hablar de una reacción "arquetipal". A fines de la discusión, entonces, supongamos que hay un Arquetipo del Inválido. Supongamos que el daimon en obra en nuestro estado crónico de deficiencia es el Arquetipo del Inválido.


Antes de continuar, me gustaría hacer algunas observaciones generales sobre la naturaleza de los arquetipos. Nadie sabe cómo llegan a ser los arquetipos o en qué forma aparecieron primeramente. Jung supuso que eran una reacción a situaciones recurrentes. Con vistas a nuestra discusión, el "cómo" no es tan importante como el hecho de que un arquetipo fuera inicialmente una reacción a una experiencia particular, concreta. Con el paso del tiempo, sin embargo, el arquetipo se separó de la experiencia misma, asumiendo un grado de autonomía. En otras palabras, los arquetipos pueden y de hecho se manifiestan sin la situación externa concreta. El Arquetipo Materno, por ejemplo, puede ser vivido por una mujer, tenga hijos o no. Afecta y colorea su experiencia de sí misma y el mundo a su alrededor. Es posible, por ejemplo, que el concepto de una "sociedad permisiva" sea una expresión del Arquetipo Materno. "La madre" lo tolera todo, lo perdona todo, no sólo en relación con los niños. Con frecuencia hablamos de una sociedad "patriarcal" o de valores "patriarcales". "Patriarcal" implica la regla del Padre. Pero esta paternidad no se refiere a los hijos, al acto biológico de la procreación, sino más bien a la estructuración de nuestra sociedad, una sociedad en la que domina el arquetipo del padre. Si bien el esquema puede haberse originado en la experiencia de la relación de un padre con sus hijos, ahora incluye la conducta de toda una sociedad.


Hallamos la autonomía del arquetipo por encima y contra las situaciones externas en el caso del Arquetipo del Inválido. Po lo tanto podría manifestarse tanto si la persona en cuestión es un inválido como si no. Generalmente una persona que ha perdido un ojo o una pierna vivirá en mayor o menor grado el Arquetipo del Inválido. Este no es siempre el caso y frecuentemente no hasta el punto que podría esperarse. Por la otra parte alguien sin discapacidad aparente podría comportarse como si fuera un inválido. El estado efectivo de invalidez tiene poco o ningún efecto en cómo uno experimenta la vida.


Si el Inválido ha de verse como un fenómeno arquetipal, también debe serlo la Salud, es decir, la fantasía de la salud integral, tal como la define la Organización Mundial para la Salud. Ambas perspectivas ofrecen un modo de ver nuestra experiencia de nosotros mismos y de nuestro mundo. Aunque ninguna es verdadera o falsa, la descripción de la Salud en este libro podría parecer unilateral, puesto que la estoy considerando desde la perspectiva del inválido. Cualquier perspectiva puede ser dañina, particularmente cuando es exclusivamente unilateral. Los discípulos de la Salud, con "S" mayúscula -mens sana in corpore sano- adoran la salud, viéndose sólo como saludables, sin contar cuán enfermos o discapacitados puedan ser. Continúan haciendo carreras tres meses después de un problema coronario. Aunque acaso diabéticos, podrían asumir largos y arduos paseos por el descampado. Retoman el trabajo a tiempo completo después de una intervención quirúrgica importante. Comen las comidas adecuadas, consultan a un psicólogo si tienen problemas, y consultan a asesores matrimoniales si no pueden entender a sus parejas. Irradian salud hasta el día en que mueren -"No estuvo enfermo ni un día en su vida". Son miembros octogenarios de una expedición a los Alpes. Regalan a todos con sus historias acerca de su salud, obviando completamente el hecho de que nadie -repito: nadie- puede ser tan saludable. Todos nacemos inválidos. Ninguno de nosotros es perfecto, aunque nuestra deficiencia pueda ser tan insignificante como una leve falta de coordinación, o que tengamos un poco más o menos de peso, o que encorvemos los hombros.


La salud y la invalidez parecen ser modos opuestos de ver la vida. Uno puede verse como saludable, fuerte y "sano", o como deficiente, con carencias de algún tipo en el cuerpo y en la psique. Desde la perspectiva de la salud, las deficiencias, incapacidades y lagunas no son sino problemas temporarios que deben vencerse; desde la perspectiva del inválido, son sencillamente parte de la vida.


Si hay un Arquetipo del Inválido,¿no debiera haber alguna personificación mitológica suya? ¿Acaso no aparecen los arquetipos usualmente en la mitología como dioses o diosas? ¿No fueron tales representaciones la base para la teoría de Jung de los arquetipos? ¿Dónde entonces, en qué mitologías encontramos al inválido como imagen colectiva?


Los dioses griegos parecen ser cualquier cosa menos inválidos. De acuerdo con su posición exaltada, son retratados como seres perfectos. Hay sólo dos excepciones: Hefaistos (Vulcano), que cojea, y Aquiles con su talón vulnerable. Incluso el perfecto héroe tiene una debilidad.
Desplazándonos a la mitología germánica, encontramos una situación diferente. Aquí hay numerosos ejemplos de inválidos. De hecho, toda la mitología germánica parece verse ensombrecida por una atmósfera de presentimiento -el Nidhoggr royendo las raíces del Yggdrasil, el Árbol del Mundo, y el conocimiento el inminente Götterdämerung (Ocaso de los Dioses). Hallamos a Thor, el dios de la guerra, con una piedra de molino incrustada en su frente -un recuerdo doloroso de una antigua batalla. Otros dioses germánicos sufren severas heridas, carecen de una mano o algo por el estilo. Baldur, el brillante, es invencible contra todo salvo muérdago parasitario. La invalidez parece ser de la mayor importancia para la mitología germánica que para los griegos.
Muchas mitologías -la mejicana y la hindú- describen a menudo a sus dioses como seres grotescos. De modo semejante encontramos deidades bizarras en las culturas prehistóricas que ofrecen una impresión de lisiados.


Los artistas a menudo crean imágenes mitológicas de este tipo. Veo los cuadres de Velázquez, por ejemplo, como una expresión del Arquetipo del Inválido. Sus figuras son frecuentemente grotescas y distorsionadas. El director de cine Fellini sazona sus obras fuertemente con inválidos -los aspectos lisiados, perversos y anormales de la raza humana, la mujer elefanta o el hombre esquelético. El inválido como imagen y símbolo mítico aparece también en las historias clásicas de aventura. Uno puede recordar las historias de piratas, a Long John Silver con su pata de palo en La Isla del Tesoro de Robert Louis Stevenson, o el archienemigo de Peter Pan, el Capitán Garfio, con su prótesis metálica. La figura del pirata, en sí misma una imagen del inválido, tradicionalmente carece de un abrazo o de una pierna o al menos tiene un parche sobre un ojo. Otra imagen literaria familiar del inválido es el Quasimodo de Victor Hugo, el Jorobado de Notre Dame. En general las artes parecen señalar al Arquetipo del Inválido- ¿qué son las gárgolas de la Catedral de Notre dame sino inválidos?


Dado el Arquetipo del Inválido, ha de haber también un complejo de inválido, puesto que los arquetipos atraen partes de la psique y de la experiencia psíquica hacia sí. Esto es lo que quiere decir un complejo. Un hombre que tiene un complejo paterno tiende a experimentar la vida dentro de la estructura patriarcal, ya tenga que ver con el "padre" y la "paternidad" o no. Un policía, por ejemplo, puede hacerle sentir como un niño pequeño enfrentado a su padre. Existe, efectivamente, un complejo de inválido. En el curso de mi trabajo como psicoterapeuta, me he encontrado con frecuencia con mujeres -y hombres también- que sólo podían enamorarse de inválidos. Se sentían atraídos sexualmente sólo hacia aquellos que eran físicamente inválidos.


Permítaseme esbozar un breve "diagnóstico diferencial" del Arquetipo del Inválido por medio de definición y comparación. El inválido no debe confundirse con el arquetipo del niño. El niño, como el inválido, es débil e inferior al carecer de las cualidades del adulto. Sin embargo el niño crece, cambia, se vuelve adulto, "mata al padre". Tiene futuro. El Arquetipo del Inválido tampoco debe confundirse con el de la enfermedad. La enfermedad, al igual que el niño, tiene un futuro. Conduce a la muerte o a la salud o incluso a la invalidez. Es temporal, una amenaza pasajera, un catástrofe. La enfermedad bien puede disminuir la capacidad de funcionamiento físico o psíquico, pero es aguda, dinámica, temporal. En cambio la invalidez no conduce a ninguna parte, ni a la muerte ni a la salud. Es finalmente una deficiencia crónica, permanente. Es un estado crónico de estar "descompuesto".


Aquellos que viven el Arquetipo del Inválido pueden ser agobiantes y molestos con los que les rodean. Puede notarse que sólo otro arquetipo agobia y cansa tanto o más a la gente: el arquetipo o la fantasía de la salud. Una persona que habla y habla sobre su dolor de espalda es bastante aburrida, pero no es nada comparada con alguien que nunca se cansa de hablar de sus proezas físicas, de cómo su corazón aún late regularmente y rítmicamente después de trepar seis millas, de cómo se levanta cada mañana a las seis en punto para tomar una ducha helada.


Por supuesto, un arquetipo por sí mismo no es ni bueno ni malo, in interesante ni aburrido. Según la situación y nuestro punto de vista, puede parecer negativo o positivo. Nuestra tarea como psicoterapeutas es estudiar y reflexionar sobre los arquetipos y sus características, dejarnos sorprender por ellos, aprender, en pequeña medida, a tratar con ellos en la experiencia efectiva. El Arquetipo del Inválido puede ser molesto; puede, por otra parte, ser muy agradable, como en el ejemplo siguiente.
Conocí un hombre de mediana edad que sufría de dolores crónicos de espalda, depresiones periódicas y fatiga continua. A la vez, era una persona agradable para tener cerca -hacía que los demás se sintieran útiles y necesarios. Uno siempre podía hacer algo por él, como encontrarle un sillón confortable. Parecía apreciar los gestos de este tipo. No era de ningún modo una amenaza para quienes le rodeaban; no había sentido de competitividad por el tiempo y la atención que se le dedicara. Lo hacía sentir a uno amable y generoso, provocando una actitud amistosa y de aceptación en los demás. Estar con él resultaba relajante. Si el Arquetipo del Invalido es reconocido y respetado, origina reflexión y discusión. En el caso de este hombre, siempre que alguien sugería salir a dar un poseo, respondía: "No, gracias, me duele la espalda. ¿Por qué no nos quedamos aquí y conversamos un poco?".


El Arquetipo del Inválido puede ser fructífero para la persona que lo vive. Contrarresta la inflación; cultiva la modestia. Porque se le da lo que le corresponde a la debilidad y las carencias humanas, es posible un tipo de espiritualización. La invalidez es un continuo memento mori, un permanente confrontación con las limitaciones físicas y psíquicas. No permite huir a fantasías de salud o alejarse de un reconocimiento de la muerte. Promueve la paciencia y refrena la obsesión por actuar. En cierto sentido, es un arquetipo muy humano. La fantasía de la salud y la totalidad en cuerpo y alma puede ser adecuada para los dioses, pero para los meros mortales es una tribulación. Quod licet jovi non licet bovi.


Porque el Arquetipo del Inválido acentúa la dependencia humana, porque obliga a aceptar nuestra mutua necesidad y la de los demás, es un factor importante en las relaciones. Hoy nos vemos perseguidos por una fata morgana (fatalidad) psicológica -la ilusión de la Persona Independiente. Aún hay aquellos que creen que es posible ser totalmente independiente de los demás. Todos somos dependientes de alguien -de maridos o esposas, de padres o madres, de nuestros hijos, amigos, incluso de nuestros vecinos. El conocimiento de nuestras propias deficiencias y debilidades, de nuestra propia invalidez, nos ayuda a darnos cuenta de nuestra eterna dependencia de algo o de alguien. Una persona que es un "lisiado" respecto a los sentimientos, siempre dependerá de aquellos con una vida emocional "saludable". La dependencia mutua, así como la unilateral, encuentra su propio lugar con el Arquetipo del Inválido. Sirve como contrapeso a la imagen de "canto rodado que no junta musgo" propia del héroe vagabundo, una figura popular entre los miembros de la generación más joven. Para ellos el ideal es moverse como espíritus libres por el mundo sin apegos, ni obstáculos; hoy en India, mañana en Méjico. La libertad y la independencia son su alfa y omega, el sentido y meta de su existencia.


Otra área en la que juega un papel importante el Arquetipo del Inválido es la psicoterapia, en el fenómeno de la transferencia. En psicoterapia la dependencia se entiende generalmente como una transferencia paterna o materna, y es considerada como una regresión. Desgraciadamente en psicoterapia la fantasía de la regresión niño/progenitor puede resultar dañina. Con mucha frecuencia la dependencia de un paciente no refleja al niño sino al inválido. A veces los pacientes permanecen dependientes de sus terapeutas durante años -el niño nunca parece crecer. ¿Cómo podría hacerlo? ¡No estamos tratando con un niño sino con un inválido, y su correspondiente necesidad de ser dependiente!. En estas situaciones el analista desarrolla con frecuencia una consciencia de culpa. El analista se pregunta si acaso inconscientemente no se estará tratando de mantener una práctica perpetua constelando la dependencia del analizado. La cuestión está fuera de lugar. El analista no está siendo poco ético sino que está sirviendo de manera legítima como muleta del inválido. Aunque el analista podría intentar derivar a alguien la necesidad de dependencia del analizado, ya sea a un vecino o a un amigo, una cosa es cierta: la muleta siempre será necesaria. El objetivo de independencia total es sencillamente poco realista. Si, por otra parte, el analista se identifica con la fantasía de la salud, de la totalidad y del crecimiento, entonces simplemente no verá lo que está ocurriendo. El analista cree tratar con el arquetipo del niño. No advierte que la ausencia de crecimiento y de curación señala al inválido, no al niño. El niño crece, como notamos más arriba, y sólo requiere ayuda por un tiempo.


Debo repetir que las dificultades y peligros concomitantes al trato con el inválido nunca pueden sobreestimarse. Son precisamente estas dificultades y peligros los que frecuentemente acaban en una represión tanto individual como colectiva, caracterizada por el dicho "¡El inválido siempre estará con nosotros!" En nuestra confrontación con la invalidez, estamos demasiado dispuestos a sucumbir a una actitud fatalista, a la pasividad que dice "¿Por qué preocuparse? ¡De todos modos no hay nada que podamos hacer!" Careciendo del entendimiento adecuado del Arquetipo del Inválido, nos rendimos, dejamos de intentar curar aquello que puede curarse. Hasta cierto punto los grandes avances hecho tanto en medicina como en psiquiatría son resultado de la represión del inválido. Nos ha cautivado la fantasía de la salud integral hasta el punto de que somos incansables en nuestros esfuerzos por su consecución. Y sin embargo nosotros los analistas no debiéramos ser los primeros que arrojan la piedra; la fantasía de la salud infiltra nuestra práctica así como seguramente también lo hace la de la invalidez.


Si parezco ipso facto un autodenominado abogado para la defensa en el caso "salud versus invalidez", es porque el Arquetipo del Inválido ha sido ignorado demasiado tiempo; no se le ha otorgado el respeto que merece. Mis ataques a la "salud", la posición del fiscal, no pretenden desacreditar sino ayudar a lograr algún grado de equilibrio entre perspectivas esenciales. Para desarrollar aún más mi caso, me gustaría indicar las trampas del arquetipo salud/totalidad, mi poderoso oponente.
De acuerdo con la fantasía contemporánea de la salud, debemos volvernos integrados, en donde totalidad es entendida en el sentido de perfección. "Sed perfectos...". El menor defecto, la menor falla debe curarse, quitarse o erradicarse. Aunque hubo un tiempo en que un temperamento melancólico era aceptado, incluso idealizado, hoy los melancólicos son diagnosticados como "depresivos", son tranquilizados y medicados hasta el punto de volverse felices vegetales. Por dentro todos nos damos cuenta de nuestros fallos, de nuestras debilidades, de nuestra invalidez. A la vez reprimimos esta apercepción por cualquier medio disponible. Luchamos interminablemente, insensatamente, para mantener la ilusión de totalidad, intentado lograr la perfecta salud.


Nuestra ceguera para el lugar e importancia del arquetipo del inválido deviene una actitud moralista, sustentando la salud y la totalidad como el bien último. No es difícil imaginar cuán devastadora resulta esta actitud al tratar con aquellos que sufren desórdenes neuróticos y psicosomáticos. Continuamente me choca el tono de superioridad moral que se desliza en las voces de los psicoterapeutas cuando discuten casos de este tipo. Los neuróticos y los enfermos psicosomáticos son sencillamente inferiores; no pueden curarse porque no quieren. No quieren cambiar; no quieren crecer. Rechazan nuestros esfuerzos por ayudarlos. ¡Incluso no escuchan a sus sueños! Como gente que se está ahogando, se adhieren a sus resistencias, defendiéndose, según vemos, tenazmente contra el terapeuta que sólo intenta ayudarles. Esa gente, esas pobres almas oscuras, sólo merecen nuestra atención cuando abrazan nuestra fantasía de crecimiento/salud/totalidad (¿es una fantasía o una fijación engañosa?) Como terapeutas sólo estamos interesados en ellos cuando quieren ser curados.


No quiero dar la impresión de que todos los pacientes son casos crónicos o que no pueden ser curados. Sólo quiero señalar que, en ejemplos en que se manifiesta el Arquetipo del Inválido, la curación y la totalidad son sencillamente imposibles. Aceptar este hecho podría parecer inmoral, tanto para el paciente como para el analista. Empero los efectos positivos contrarrestarán pronto cualquier duda que quede. Porque la curación y la totalidad están tan de moda en estos días, necesitamos reflexionar urgentemente y aceptar el arquetipo del inválido.


Ignorar o denigrar un arquetipo invita su ira y venganza, y el Arquetipo del Inválido no es ninguna excepción. Parece que mientras más tratamos de curar a los pacientes crónicos neuróticos o psicosomáticos, más desesperadamente se resisten. Se vuelven más tiranos, más exigentes, y reclaman más de nuestro tiempo y atención. Pareciera que mucha gente simplemente espera al momento en que puedan afirmar su invalidez. Un accidente pequeño, una leve disminución de una capacidad física o mental, y dejan sus trabajos, exigen seguros de invalidez, y esperan que los demás se hagan cargo de ellos. En cada uno de nosotros despiertan sentimientos de culpa. Parecen decir "Ahora soy un inválido. Ahora tienes que hacerte cargo de mí". Es nuestro fallo en aceptar al inválido en cada uno de nosotros, nuestra fantasía de que los seres humanos debieran ser tan saludables como esos dioses griegos idealizados, lo que nos hace incapaces de afrontar el Arquetipo del Inválido en cuanto lo encontramos. Nuestra culpa nos obliga a rendir tributo a lo que rehusamos aceptar.


Mientras la debilidad aparece en conjunción con la invalidez, no son de ningún modo equivalentes, un aspecto que con frecuencia se descuida. Jane Carlisle, de quien hable en un capítulo anterior, era sumamente capaz. Sabía beneficiarse por sus propios esfuerzos de la fama de su marido. Viajaba, atendía innumerables reuniones, y disfrutaba de una vida social activa e intensa. Otro ejemplo es una de mis pacientes. La mujer era extremadamente neurótica, sufriendo de todo tipo de desórdenes psicosomáticos. Tenía dificultad para dormir, se despertaba al más ligero ruido. Tenía ataques de alergia, sufría cada verano de congestión nasal, sólo podía comer comida especialmente preparada, y sólo podía tolerar cierto tipo de sábanas. Tenía temor pánico a los insectos, su ansiedad respecto a enfermedades infecciosas la llevaba a la desesperación y la menor corriente de aire era una pura tortura. Este "desastre" de mujer emprendió expediciones a las áreas más primitivas e inexploradas del Sudeste Asiático. Debe haber tenido que dormir en condiciones increíblemente sucias y peligrosas, donde abundaban los insectos, donde incluso moverse mientras uno duerme era provocar al aguijón de un escorpión o la mordedura de una araña. A pesar de sus continuos síntomas neuróticos y psicosomáticos, la mujer se aventuró en áreas que la mayoría de los mortales "normales" no osarían pisar.


En esta conexión quisiera mencionar el concepto de compensación tal como lo usó Alfred Adler. Inicialmente alumno de Freud, que más tarde estableció su propia psicología, Adler afirmó que los seres humanos compensan una inferioridad orgánica, por así decirlo. Adler es particularmente interesante dentro de la trama de esta discusión, a causa de su fascinación con el Arquetipo del Inválido. Vio el desarrollo neurótico como reacción directa a sentimientos de inferioridad que surgían de discapacidades físicas efectivas. En otras palabras, consideró el comportamiento humano desde la perspectiva del inválido. En sus escritos encontramos descripciones detalladas de las diversas formas que asume el Arquetipo del Inválido. Redujo toda la psicología humana a reacciones a debilidades físicas siempre presentes.


Muchos de nuestros pacientes son claramente inválidos. A fin de ofrecerles la ayuda que necesitan -puesto que no es posible la curación- debemos llevarlos al punto en que puedan vivir con su deficiencia. En la terapia tenemos que trabajar con el Arquetipo del Inválido, ayudando a nuestros pacientes para que vean que su proceso de individuación incluye su invalidez. Trabajar sin ella, excluirla, no sería sino una ilusión. Permítaseme explicar lo que quiero decir.
Los seres humanos operamos a partir de cuatro modos o funciones básicas: pensamiento, sentimiento, percepción e intuición. Teóricamente todos tenemos al menos el potencial de esas cuatro funciones; una función es superior, otra es inferior, y las dos restantes son auxiliares. Los Sumos Sacerdotes de la Salud y la Totalidad pretenderían que tenemos que ayudar a nuestros pacientes a que desarrollen las cuatro. Sin embargo muchos pacientes, por una razón u otra, carecen de una o dos de estas funciones. Es como si fueran deformes o lisiados. Por ejemplo si les faltara la función sentimiento, sería inútil ayudarles a desarrollar lo que no está allí. Mejor haríamos en hacerles explorar la medida de su deficiencia, mostrarles cómo vivir con ella, y demostrar cómo relacionarse con alguien que, por ejemplo, tuviera una función sentimiento bien desarrollada. Intentar desarrollar las cuatro funciones con tales pacientes sólo conduciría al desencanto y la frustración tanto para el paciente como para el terapeuta. En lugar de aceptar y respetar al paciente tal como es -un inválido- hay el peligro de que el terapeuta y el paciente no sólo rechacen la invalidez sino que incluso la desprecien. El resultado para el paciente puede ser comprensiblemente desastroso. ¿No somos realmente nosotros los analistas los abogados del Arquetipo del Inválido? ¿No es lo que debiéramos ser?


La psique es vista por un lado como arquetipal, funcionando de acuerdo a esquemas de conducta y experiencia dados, universales. Por otra parte, muestra características completamente individuales y únicas. Las imágenes de totalidad e invalidez son ambas universales -en otras palabras, arquetipales. Preguntémonos si son dos arquetipos totalmente diferentes, o si van juntos como aspectos del mismo arquetipo. La imagen de la invalidez no puede existir sin la imagen de la totalidad, la figura de lo Imperfecto sólo puede verse sobre la base de lo Perfecto.
A los fines de nuestra discusión, es más fácil hablar de dos arquetipos separados. Empero, en análisis final, tanto Totalidad como Invalidez son aspectos del Sí-Mismo, representando polaridades dentro de nuestra psique. Desgraciadamente, cuando hablamos acerca del Sí-Mismo, hay demasiado que se ha dicho sobre cualidades como rotundidad, redondez, completititud y totalidad. Ya es tiempo de que hablemos de la deficiencia, la invalidez del Sí-Mismo. Siempre he tenido dificultad con el hecho de que los mandalas se consideren como símbolos por excelencia del Sí Mismo -son demasiado "enteros" para mi gusto. La gente llega a darse cuenta de sí misma, de su Sí-Mismo, a través de su invalidez; la completitud se realiza mediante la incompletitud. El procese debe delinearse, percibirse y experimentarse. Admito que es difícil sustentar la imagen de la completitud y la totalidad, y a la vez aceptar la invalidez. Inevitablemente se acentuarán uno o lo otro. Durante la Edad Media hasta la Reforma, reinaba lo grotesco y lo deforme en la humanidad. Hoy hemos sucumbido al culto de lo completo, lo saludable, lo rotundo, culminando una perfección tipo mandala.

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