sábado, 15 de noviembre de 2008

MICHEL FOUCAULT VI: APORTES PARA UNA NUEVA FILOSOFÍA POLÍTICA


MICHEL FOUCAULT: APORTES PARA UNA NUEVA FILOSOFÍA POLÍTICA
Prof. Flavio Gigli
Universidad Nacional del Comahue

Ciertamente es una tarea difícil el intento de encasillar a Michel Foucault dentro de un ámbito determinado del saber, porque ¿qué es en última instancia? ¿un historiador, un historiador de las ideas, un filósofo -con pleno derecho a la palabra-, un intelectual o un simple profesor -como gustaba definirse-? Fiel al estilo de la singularidad y preocupado por darle a su trabajo un sesgo propio, la obra y el pensamiento de Foucault rebasan de lleno estas totalizaciones. No obstante, es preciso reconocer que algunos núcleos problemáticos aparecen en su obra de manera más o menos constante, lo que permite ubicar estos problemas dentro de ciertos campos con alguna precisión. En realidad la riqueza del pensamiento de Foucault reside en el hecho de combinar algunos temas ya clásicos de la filosofía -como el problema del poder, la historia o la ética- con algunas otras cuestiones absolutamente nuevas y originales -como el problema de la sexualidad, la locura y el encierro. Es posible enhebrar todas estas cuestiones a partir de una posición fundamental: en esencia la filosofía es, para Foucault, una ontología del presente.
Sin embargo el planteo del presente ha implicado para Foucault la necesidad de considerar el modo de constitución de la sociedad y del régimen de verdad también presentes. Siguiendo la línea trazada por Nietzsche, Foucault afirma que la verdad no queda ajena a la cuestión del poder; la verdad se produce de acuerdo a múltiples relaciones y luchas por el poder, a disputas, a agonísticas constantes que conllevan efectos en los individuos, en las instituciones, y por supuesto en el amplio dominio del saber. Cada sociedad construye su régimen de verdad, su “política general de la verdad”; lo que equivale a decir que cada sociedad produce históricamente los rituales y mecanismos que permiten aceptar lo verdadero y rechazar lo falso. La verdad, por lo tanto, no se encuentra fuera del poder ni carece de efectos de poder. De este modo el planteamiento de la verdad conduce a la política. Como el mismo Foucault lo expresa “el problema político esencial para el intelectual no es criticar los contenidos ideológicos que estarían ligados a la ciencia, o de hacer de tal suerte que su práctica científica este acompañada de una ideología justa. Es saber si es posible constituir una nueva política de la verdad. El problema no es cambiar la conciencia de las gentes o lo que tienen en la cabeza, sino el régimen político, económico, institucional de la producción de la verdad”.
La relación entre la actividad filosófica de Foucault y sus consecuencias políticas ha sido retomada recientemente por Michel Onfray en Política del rebelde. De acuerdo con este autor, los sucesos de mayo del ’68 pusieron en cuestión al llamado ‘monoteísmo del poder’: su unidad, centralidad y ubicación fundamental como poder de Estado. De allí partió la necesidad de pensar el poder en forma múltiple, plural y diseminada así como las nuevas modalidades de resistencia y de insumisión por parte de una nueva generación de pensadores. Foucault, Deleuze y otros intelectuales de la época comenzaron a trazar ese camino privilegiando la dispersión y la difícil identificación de los poderes que se encuentran actuando allí donde haya fuerzas y resistencias recíprocas. Sin embargo Onfray reduce los aportes de Foucault al simple análisis del funcionamiento del poder, minimizando su participación política y compromiso militante y haciendo de su pensamiento una fuente de la que bebe una nueva versión del anarquismo. Onfray parte de manera más o menos conciente de tres premisas erróneas, a saber:
1.- El poder es esencialmente negativo. En cualquier lugar que se lo ejerza, de cualquier modo que se lo ejerza este ejercicio será inexorablemente malo, destructivo y perjudicial.
2.- El poder pervierte a quien lo ejerce “Estas son pues las lecciones anarquistas de hoy: la eterna perversión de quienes ejercen el poder, sean quienes fueren, sean filósofos que se volvieron reyes o reyes con veleidades filosóficas”.
3.- El poder produce la división salomónica de la sociedad y del género humano entre aquellos que lo detentan y aquellos que lo sufren. “Por un lado, los que tienen el poder, lo ejercen, lo aman, lo desean, lo reclaman y casi siempre disponen de él; por el otro aquellos sobre los que se ejerce”.
Esta visión tan estrecha del poder, que no permite pensar sus efectos positivos ni su capacidad productora, no puede asociarse ni siquiera remotamente con el pensamiento foucaultiano. Por el contrario, lejos de postular un modo original de anarquismo o neo anarquismo Foucault luchó por la creación de nuevas formas individuales y colectivas de poder que pusieran en jaque sus modos habituales de realización y concentración. Este trabajo sostiene la tesis que hoy más que nunca es necesario repensar las formas de militancia y compromiso con los otros por él inauguradas: su forma de concebir la práctica militante signada por una indeclinable resistencia a los poderes, por la originalidad en la gestación de nuevas microfísicas y por la defensa de los derechos de las minorías y los Derechos Humanos marcan un rumbo fundamental en el momento de plantearse una nueva filosofía política.

En este sentido el pensamiento foucaultiano se encuentra sosteniendo un entrecruce de caminos entre la filosofía y la realidad histórico - social. Quizás haya que entender de este modo aquella frase que afirmaba ‘todos mis libros deben ser leídos como fragmentos de una biografía’: si en las obras foucaultianas pueden encontrarse algunos signos, algunos trazos que remiten a la propia vida de Foucault es entonces en la vida, en la vida material de Foucault, donde deben rastrearse algunas rúbricas propias de su obra. Y si su obra ha señalado nuevas rutas para el pensamiento filosófico occidental, en lo relativo a la analítica del funcionamiento del poder por ejemplo, entonces es su propia militancia la que ha señalado nuevos caminos para la participación política. Tal como lo señalaba a comienzos de los años ´70, un intelectual no puede convertirse en un consejero de los demás, no puede erigirse en una conciencia supra universal, no puede ser el detentador de la verdad (al estilo de J. P. Sartre, dicho sea de paso). Lo que el intelectual puede hacer es brindar instrumentos de análisis para una mejor comprensión de la realidad presente, investigación que requiere necesariamente de la matriz histórica al menos en algunas de sus dimensiones. “Se trata en efecto de tener del presente una percepción espesa, amplia, que permita percibir dónde están las líneas de fragilidad, dónde se han aferrado los poderes (...), dónde estos poderes se han implantado. Dicho de otro modo, hacer un croquis topográfico y geológico de la batalla... Ahí está el papel del intelectual. Y ciertamente no en decir: esto es lo que debéis hacer”.
Luego de su ingreso al Còllege de France, Foucault se volcó con suma decisión a la participación política, en contraste con sus años de juventud de relativa indiferencia y sólo signados por el acercamiento al Partido Comunista Francés durante un breve período. Con el correr del tiempo su distanciamiento con el PCF se fue transformando en una honda repulsión por el dogmatismo y la verticalidad, síntomas que percibió impresos no sólo en el ámbito de la praxis sino incluso en el núcleo de la teoría marxista. De los años de mayor fermento y ebullición social, sobresalió sin duda su participación en el Grupo de Información sobre las Prisiones. El GIP se constituyó con el apoyo y el compromiso efectivo de ciertos intelectuales de prestigio, tales como Jean Marie Domenach, Pierre Vidal Naquet y el propio Michel Foucault. A todos los unía una profunda desconfianza, e incluso desprecio, hacia un sistema que había abierto las puertas a la ocupación nazi, que había avalado las violaciones a los derechos humanos en Argelia y que sostenía en ese momento particular uno de los regímenes carcelarios más retrógrados de Occidente. Es interesante citar textualmente una parte del manifiesto fundacional que, en formato de opúsculo, se presentó con el nombre de Intolerable. “Son intolerables: los tribunales, la bofia, los hospitales, los manicomios, la escuela, el servicio militar, la prensa, la tele, el Estado”. Pero como correctamente afirma Didier Eribon el objeto de fondo lo fueron las prisiones. La declaración fundacional del GIP denunció duramente un ‘nuevo estado de cosas’ con respecto al encarcelamiento: “ninguno de nosotros puede estar seguro de no ir a la cárcel. Hoy menos que nunca, el control policial de nuestras vidas diarias se hace más estrecho: en las calles y en las carreteras, sobre los extranjeros y los jóvenes, una vez más es un delito expresar una opinión; las medidas antidrogas están llevando a un incremento de las detenciones arbitrarias. Vivimos el signo de la garde à vue (detención por averiguación de antecedentes). Nos dicen que los tribunales están empantanados. Podemos verlos. Pero ¿y si fuera la policía quienes los hubiera empantanado? Nos dicen que las prisiones están sobrepobladas. Pero ¿y si fuera la población la que estuviera siendo sobreencarcelada?”.
Ahora bien ¿de qué manera se debe luchar contra los mecanismos de represión, más allá de las movilizaciones, denuncias y acciones reformistas? Michel Foucault pensaba en ese momento que las acciones puntuales al estilo del GIP podían llegar bien lejos. Sus objetivos no se limitaban a producir beneficios o mejoras en las prisiones; por el contrario buscaban que se pusiese en debate la división social entre inocentes y culpables a partir de denuncias de la situación carcelaria elaboradas de acuerdo a informaciones provistas por los propios presos, familiares, ex convictos y hasta integrantes arrepentidos del Servicio Penitenciario. Estas informaciones no perseguían objetivos humanistas ni reformistas; sino que pretendían ser un ataque directo al corazón del sistema penal vigente que alcanzase las fibras más íntimas de la sociedad. “(...) el humanismo consiste en querer cambiar el sistema ideológico sin tocar la institución; el reformismo en cambiar la institución sin tocar el sistema ideológico. La acción revolucionaria se define por el contrario como una conmoción simultánea de la conciencia y de la institución; lo que supone que ataca a las relaciones de poder allí donde son el instrumento, la armazón, la armadura”.
A comienzos de la década del ’70 Foucault dio inicio a su militancia no como práctica de caridad o de justicia sino con la idea de generar tantos frentes de batalla donde el combate pareciese posible. Actualmente sorprende el uso de algunas frases con las que calificaba la coyuntura histórico - política de entonces tales como “movimiento revolucionario” o “luchas radicales”, y de ciertos términos como “proletariado”, “clase dominante”, “sistema ideológico” y otras por el estilo, aunque en general se expresaba de esta manera en diálogos y entrevistas para los medios de comunicación donde la rigurosidad terminológica no siempre estaba a la orden del día. A menudo Foucault se vio en la necesidad de explicar sus posiciones políticas en estas entrevistas o incluso participó en diálogos y debates como los que llevó a cabo con Gilles Deleuze y con los maoístas de Izquierda Proletaria. En esas situaciones echaba mano de una prosa encendida, a veces dura y agresiva, lo que revela no tanto la falta de precisión de un filósofo profesional sino más bien el compromiso de un pensador con la urgencia de los tiempos. Son estos años de preocupación por los grupos inmigrantes de países subdesarrollados (como el caso del Comité Djellalí), de la creación junto a un grupo de amigos y militantes de la Agencia de Prensa Libération, del incidente internacional producido por la condena a muerte de los militantes de la ETA por el gobierno de General Franco y otros casos semejantes.
Pero hacia fines de esa misma década y comienzos de la del ’80 Foucault “se estaba desplazando hacia una arena política dominada por la disidencia y los derechos humanos”, como afirma uno de sus biógrafos más importantes. Su militancia se vio orientada a crear y defender espacios nuevos para las minorías, entre las que sobresale su preocupación por los grupos homosexuales. Foucault estaba interesado por gestar una suerte de ‘cultura gay’ a partir de nuevas formas de constitución de sí mismo que incluyera, entre otras cosas, la experimentación con el placer. Las líneas de trabajo de El uso de los placeres y La inquietud de sí proponían, en esencia, ciertas formas de combate contra el ejercicio de un poder pequeño, sutil y disciplinario, que operaba no sólo a niveles colectivos sino más que nada sobre la propia singularidad de los sujetos. La puesta en cuestión del hedonismo, la conformación de una nueva erótica, la revitalización de la amistad, la fundación de una política de la templanza apuntaban a un proyecto de envergadura que pretendía marcar rumbos para construcción de una reflexión sobre el individuo soberano. Todo este propósito guiado por el estandarte estoico de hacer de la propia vida una obra de arte, en donde ética, estética y existencia quedaran fuertemente comprometidas. En consonancia con estos temas Foucault desarrolló una honda preocupación por el avance arrollador de los poderes del Estado sobre los derechos de los ciudadanos, situación que resumía con su postulado “Frente a los gobiernos, los Derechos Humanos”.
Es interesante rescatar los orígenes de esta declaración. El texto fue leído en julio de 1981 en Ginebra en una conferencia de prensa en la que se anunciaba la creación de un Comité Internacional para la defensa de los DD HH (aunque recién fue publicado por primera vez en Libération el 1 de julio de 1984). Los corredores del recinto se encontraban repletos de fotografías gigantes de refugiados políticos de países orientales los cuales, bajo condiciones paupérrimas, pugnaban por ingresar en las naciones protectoras. Foucault se había hecho presente junto a algunos integrantes de la asociación Médicos del Mundo; redactó su intervención rápidamente y la leyó a la conferencia sin ninguna corrección. “Los aquí reunidos somos únicamente hombres privados que para hablar, para expresarse juntos no poseen otro título que una cierta dificultad común para soportar lo que está pasando”. A continuación enumeraba tres principios que, a su juicio, debían ser fundamentales para llevar a cabo esta iniciativa. Resumidamente proponía:
La existencia de una ciudadanía internacional que, con sus deberes y derechos propios, asume el compromiso de alzarse contra todo abuso de poder sea quien fuere su autor y sean quienes fueren sus víctimas.
Uno de los deberes de esta ciudadanía internacional consiste en mostrar a los gobiernos los sufrimientos de los hombres, ya que en definitiva ellos son responsables por tales sufrimientos.
Los individuos particulares tienen derecho a intervenir efectivamente en el orden de la política y las estrategias internacionales. La voluntad de los individuos debe inscribirse en una realidad que los gobiernos han pretendido monopolizar, pero que hay que socavar día a día.
Estas palabras estarían destinadas a una realidad más inmediata y comprometida unos pocos meses más tarde. En diciembre de 1981 las fuerzas armadas de Polonia dieron un golpe de estado declarando el ‘estado de guerra’ e imponiendo la ley marcial contra todo sospechoso. Los líderes de la oposición fueron arrestados (sobre todo del movimiento sindical Solidaridad) y se montaron importantes dispositivos de control en las principales ciudades del país. El silencio con que recibió estos hechos el gobierno socialista de François Mitterrand fue notable. Más tarde expresó la esperanza de que los polacos resolvieran la crisis sólo por sí mismos y se deshizo en excusas argumentando en base al Principio de no intervención de los pueblos. Por su parte, Foucault no se iba a quedar quieto. Junto a Pierre Bourdieu redactó un texto de protesta que fue publicado por completo en Libération y fragmentariamente en Le monde al que adhirieron unos cuantos intelectuales y hombres de la cultura francesa. A partir de este hecho comenzó una verdadera avalancha de peticiones, cartas abiertas y declaraciones en contra del régimen de facto polaco y de la pasividad (o complicidad) del gobierno francés. Nombres conocidos y desconocidos, de artistas y universitarios, líderes sindicales y religiosos expresaron su indignación por la prepotencia militar y por el silencio cómplice de los sectores dirigentes. Una vez más los gobernados hacían suyo el derecho de alzarse contra los gobiernos; una vez más los individuos se levantaban contra todo abuso de poder. Rápidamente estas declaraciones ganaron la simpatía de la mayor parte de la población. Como corolario se organizó una movilización de repudio que congregó en las calles de París a más de 50 mil personas.

Para finalizar ¿por qué el pensamiento y la vida material de Michel Foucault pueden ser entendidos como un aporte a la reflexión política? ¿De qué modo pueden ser interpretados hoy en día su militancia y compromiso con los otros? ¿Qué entiende Foucault por ‘política’? Invirtiendo la sentencia de von Clausewitz Foucault piensa que la política es la continuación de la guerra por otros medios. Si es evidente que las relaciones de poder existentes en una sociedad constituye el dominio de la política, pero que a la vez una política es una estrategia más o menos global que intenta coordinar este tipo de relaciones entonces:
1.- Es necesario plantearse la tarea de investigar a fondo el tejido reticular que constituye las relaciones de poder. Esto equivale a afirmar que el análisis y la crítica políticos se deben inventar y reinventar día a día.
2.- Es urgente poner en marcha nuevas estrategias de acción que permitan a la vez modificar estas relaciones de fuerza e imprimir esas modificaciones en la realidad social. Se trata de llevar a cabo nuevos esquemas de participación y compromiso político.

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