viernes, 11 de julio de 2008
LA BÚSQUEDA DEL TEKELI-LI POR TONY MALAGRIDA
Toni Malagrida: LA BÚSQUEDA DEL TEKELI-LI
en Salamandra 13-14
"Papé Satán, aleppe."
Dante. Infierno IV.
Las palabras puestas en los labios de Nu-Nu, al final del remoto viaje de Arthur Gordom Pym, nos proponen otro viaje diferente y a la vez análogo al realizado por el héroe de Allan Poe. En realidad, para nuestros propósitos, es indiferente el rastreo erudito que nos lleva al verdadero –o literal, o bibliográfico- significado de Tekeli-li. Concedamos a los especialistas tan minuciosa labor mientras nosotros nos lanzamos en brazos del ensueño y del horror. Para nosotros Tekeli-li quiere decir la otra orilla del lenguaje, esto es, el fondo no-verbal, al magma ilógico sobre el que se alza la inteligencia y su memoria. Nu-Nu murmura Tekeli-li en medio de sueños delirantes, mientras la barcaza de Pym y sus compañeros avanza por aguas que van aumentando de temperatura, por aguas lechosas y repulsivas (placenta donde nada acaba de nacer ni de morir). El Tekeli-li nombrado es el Tekeli-li imposible de comunicar; su función no es la de alertar o anunciar algo. No es el menasaje de una entidad divina y vengativa. Es quizá el resto –el vestigio- de un logos inmolado, en la espera de ver surgir el canto de las aguas. Tekeli-li es todo lo que se puede comunicar de lo que no se puede comunicar. Pero no es una comunicación, sin más; es, al fin, una lengua sin hombres.
Conocemos lo que esto supone para un mundo que susurra penosamente su sentido. Y es que en el lenguaje no deja de representarse constantemente un drama del fin del mundo-que-habla y el advenimiento de una raza-sin-razón.
Arthur Gordon Pym y sus compañeros ya no hablan, posiblemente. Escuchan desde su barca y esperen lo qu esperen, de algún modo saben que se aproximan al final. Un final que es, más bien, el final de todo. Un final que no pueden entender porque es un final que no se puede traducir más que con un parco diario de a bordo: cada día que pasa es ya un día sin fondo, un día sin sentido, y a medida que avanza el tiempo –en la presencia de lo innombrable- parece que el mismo tejido de los días se vaya aplastando contra un cristal fragilísimo, demoniaco, donde los días no dejan huella y caen como polillas pulverizadas por la luz inmunda del caos.
Y donde no hay nada que decir, no hay nada que poner. Nada se puede alzar en este territorio bañado por la luz en su agonía. Aquí desemboca forzosamente la navegación humana. Y sin embargo, ESTO habla. Allí donde la escritura, buscando su acabamiento, se prolonga indefinidamente: ¿no era esta la pesadilla de Beckett en El Innombrable?
La búsqueda de Tekeli-li –como susurro del no-lenguaje que atrae hacia sí a los delfines del lenguaje—anida en toda poesía como búsqueda ostentosa de la ceremonia de su conclusión. Ceremonia que se repite como el gesto inútil y obsesivo de un loco, gesto sacado de los goznes de su motivación, fantasía de una conducta que a nada obedece: despedida al final de un viaje cuyo final estaba ya en el principio. La búsqueda de Tekeli-li presupone el objeto de este viaje, es decir, supone un no-lenguaje al fondo del lenguaje, un no-mar al final del mar que invita a una vivencia “donde ningún hombre puede erguirse”. ¿Qué serán las cosas cuando estén delante de nosotros y no podamos saber nada de ellas, ni siquiera no poder no saber nada de ellas? Y sobre todo, ¿qué será allí de nosotros?
Arthur Gordom Pym nos revela el verdadero sentido de todo auténtico viaje: enmudecer. Esto es, caer del lado del silencio, o de los sordos aullidos de los animales increíbles que nos despiden. Lo que hay de soberbio y altanero en el lenguaje nos acompaña sólo hasta ese lugar donde el agua se vuelve turbia y ya no permite la navegación. El agua que hierve. Es una agua que no se puede surcar y nuestra embarcación no deja un rastro detrás de si, no pasa nada, regresamos en realidad secuestrados al principio (nos preparamos como adultos que fueran a ser decapitados por dulces infantes).
“Muchos pájaros gigantescos, de una blancura fantasmal, volaban continuamente viniendo de más allá del velo blanco, y su grito, mientras se perdían de vista, era el eterno ¡Tekeli-li!”, escribe Poe.
Los pájaros gigantescos cruzan constantemente de un lugar a otro en los aledaños del velo blanco. Estos pájaros, en realidad no son pájaros. Sólo cuando cruzan “hacia fuera” el velo blanco parecen pájaros -pájaros gigantescos-, cuando penetran en su corto regreso el velo blanco se convierten en lo que tememos. Entran y salen casi sin motivo. Hay en el poema, precisamente, este “casi sin motivo” de los pájaros, de las bandadas de pájaros gigantescos que habitan la frontera del velo blanco. Es inevitable que los graznidos de las aves reproduzcan el Tekeli-li. Allí donde se alza lo inefable. Estos pájaros gigantescos iluminan el sentido del poema –la zona cercana al velo blanco, donde las palabras ya nos son palabras: habitan gigantescas e informes en la vecindad de lo innominado, del horror sin forma. Estas palabras-pájaro salen y vuelven a adentrarse en el velo blanco de ceniza: lo que nos parecen palabras no son en realidad palabras, sino sólo presencias que informan de aquello que es caos -y canta- y, al mismo tiempo, nos dan una última señal antes de precipitarnos en el vacío: Tekeli-li.
Las palabras sólo nos parecen palabras porque estamos extraviados y ausentes en las proximidades de un desenlace y un derrumbre del sentido. Es la búsqueda de Tekeli-li, la búsqueda poemática del acallamiento, del límite del poema como límite mismo de lo soportable y de lo pensable.
El poema, en cierto modo, es murmurado desde algún lugar lejano y, por tanto, no nos pertenece. No nos pertenece como no nos pertenece nuestra razón, que sólo puede contenernos en los límites de un dominio robado a los hombres.
Tekel-li no es nada. Como nada es la palabra que se nos concede para aullarla mientras huimos en la noche. La búsqueda total se ofrece en el poema ¡esas palabras que ya no pertenecen a nadie!. Esas palabras gigantescas, de pico torvo, que miramos asombrados al final de nuestro viaje. Vemos como sobrevuelan por encima de nuestra embarcación, en la zona más oscura del poema. Cuando alzamos nuestros ojos derrengados al frente y sólo vemos que el regreso será imposible y que, de haber regreso, no habría ningún lugar a donde regresar. Y lo que es peor, de poder regresar a algún lugar, a nadie podríamos contar lo que hemos visto.
La búsqueda de Tekeli-li acaba y finaliza en un secreto. El poema siempre es un secreto. Todo lo que se entiende de un poema es un graznido. Más allá del velo blanco no nos esperan los poemas ni sus hacedores: sólo el dolor sin palabras, los pájaros sin alas y sin voces, lo que habla de lo que no habla.
Tony Malagrida.
Publicado en Salamandra nº 13-14. Madrid 2003-2004.
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