lunes, 16 de junio de 2008

EL TRABAJO Y EL JUEGO DE GEORGES BATAILLE



La misteriosa imagen de un hombre pájaro junto a un bisonte atravesado por una lanza. Esta temprana expresión del arte paleolítico inspira parte de las profundas reflexiones del pensador francés Georges Bataille en cuanto al vínculo del trabajo, el juego y el erotismo.

EL TRABAJO Y EL JUEGO


1. El erotismo, la muerte y el "diablo"

Primeramente debemos retomar las cosas desde lejos. Sin lugar a dudas podría hablar del erotismo en detalle sin tener que hablar del mundo en que se realiza. Me parecería vano, sin embargo hablar del erotismo independientemente de su nacimiento, de las condiciones primeras en las cuales no es dado. Sólo el nacimiento del erotismo, a partir de la sexualidad animal, ha puesto en juego lo esencial. Sería inútil tratar de comprender el erotismo si no podemos hablar de cómo fue en su origen.

No puedo dejar de evocar, en ese libro, el universo del cual el hombre es el productor, el universo del cual es precisamente el erotismo quien lo desvía. Si para comenzar se considera la historia, la historia de los orígenes, el desconocimiento del erotismo entraña evidente errores. Pero si queriendo comprender al hombre en general quiero en particular comprender el erotismo, se me impone una obligación: de darle, antes que nada, el primer lugar al trabajo. Desde un extremo a otro de la historia el primer lugar pertenece al trabajo. El trabajo es seguramente el fundamente del ser humano.

Desde un extremo al otro de la historia, desde los orígenes (es decir desde las prehistoria)...

Por otra parte la prehistoria no es diferente de la historia sino en razón de la pobreza de los documentos que la fundan. Pero es necesario decir que sobre este punto fundamental los documentos más antiguos y más abundantes concierne al trabajo. En rigor, encontramos osamentas, tanto de los hombres como de los animales que cazaban y de los cuales, en principio, se alimentaban. Pero son los instrumentos de piedra los documentos más numerosos entre aquellos que nos permiten introducir un poco de luz en nuestro pasado más lejano.

Las investigaciones de los prehistoriadores nos ofrecen innumerables piedras talladas cuyo emplazamiento nos da la mayoría de las veces su edad relativa. Dichas piedras fueron trabajadas para responder a un uso. Unas sirvieron de armas y otras de herramienta. Las herramientas, que servían para la fabricación de nuevas herramientas, eran necesarias al mismo tiempo para la fabricación de armas: coups de poing, hachas, venablos, puntas de flecha...,que podían ser de piedra, pero para los cuales los huesos de los animales muertos muchas veces ofrecían la materia prima.

Es el trabajo el que desgaja al hombre de la animalidad inicial. Por medio del trabajo el animal se vuelve humano. El trabajo fue antes que nada el fundamento del conocimiento y de la razón. La fabricación de los instrumentos y de las armas fue el punto de partida de esos primeros razonamientos que humanizaron al animal que éramos. El hombre, manipulando la materia, supo adaptarla al fin que le asignaba. Pero esta operación no sólo cambia la piedra, a la cual los fragmentos que le arrancaba le daban la forma deseada; el hombre se cambia a sí mismo: evidentemente fue el trabajo, quien hizo de él un ser humano, el animal razonable que somos.

Pero si es cierto que el trabajo es el origen y la clave de la humanidad, a lo largos los hombres, a partir del trabajo, se alejaron totalmente de la animalidad. Se alejaron particularmente en el plano de la vida sexual. Primero había adaptado su actividad en el trabajo a la utilidad que le asignaban. Pero no fue solamente en el plano del trabajo que se desarrollaron: fue en el conjunto de su vida que hicieron responder sus gestos y su conducta al fin perseguido. La actividad sexual de los animales es instintiva; el macho que busca a la hembra y la cubre responde sólo a la agitación instintiva. Pero habiendo accedido por medio del trabajo a la conciencia del fin perseguido, los hombres se alejaron por lo general de la pura respuesta instintiva discerniendo el sentido que dicha respuesta tenía para ellos.

Para los primeros hombres que tuvieron conciencia, el fin de la actividad sexual no debió ser el nacimiento de los hijos sino el placer inmediato que resultaba de ella. El movimiento instintivo iba en el sentido de la asociación de un hombre y una mujer con vista a la alimentación de los hijos, pero en los límites de la animalidad esta asociación sólo tenía sentido luego de la procreación. La procreación no era, al principio, un fin conciente. En su origen, cuando el momento de la unión sexual respondía humanamente a la voluntad consciente, el fin que se daba era el placer, era la intensidad, la violencia del placer. En los límites de la conciencia la actividad sexual respondía en primer término a la búsqueda calculada de transportes voluptuosos. Inclusive en nuestros días existen poblaciones arcaicas que ignoran la relación necesaria entre la unión voluptuosa y el nacimiento de los hijos. Humanamente, tanto la unión de los amantes como de los esposos no tiene al principio más que un sentido, y este es el del deseo erótico: el erotismo difiere del impulso sexual animal por cuanto significa, en principio y de igual manera que el trabajo, la búsqueda consciente del fin que es la voluptuosidad. Este fin no es, como sucede en el trabajo, el deseo de una adquisición, de un acrecentamiento. Únicamente el hijo representa una adquisición, pero el primitivo no ve la adquisición efectivamente benéfica del hijo como resultado de la unión sexual; para el hombre civilizado la venida al mundo del hijo ha perdido el sentido benéfico -materialmente benéfico- que tenía para el salvaje.

Es cierto que en nuestros días la búsqueda de placer considera como un fin es a menudo mal juzgada. No se adapta a los principios sobre los que se funda la actividad sexual actualmente. En efecto, la búsqueda voluptuosa, que no es condenada, no por eso deja de ser considerada de manera tal que, dentro de ciertos límites, es mejor no hablar de ella. No obstante, una reacción que a primera vista no es justificable, no por eso deja de ser menos lógica. En una reacción primitiva, que por otra parte no deja de actuar, la voluptuosidad es el resultado previsto del juego erótico. Pero el resultado del trabajo es la ganancia: el trabajo enriquece. Si el resultado del erotismo es considerado en la perspectiva del deseo, con independencia del posible nacimiento de un hijo, es una pérdida a la cual responde la expresión paradojalmente válida de "pequeña muerte". La "pequeña muerte" tiene pocas cosas que ver con la muerte, con el frío horror de la muerte...Mas, ¿desaparece la paradoja cuando está en juego el erotismo?

El hombre, a quien la conciencia de la muerte opone al animal, también se aleja de éste en la medida en que el erotismo substituye el instinto ciego de los órganos por el juego voluntario, por el cálculo del placer.



2. Las cavernas dos veces mágicas

Los sepulcros del Hombre de Neanderthal tiene para nosotros una significación fundamental; testimonian sobre la conciencia de la muerte, sobre el conocimiento de un hecho trágico: que el hombre podía y debía zozobrar en la muerte. Pero sólo estamos seguros del paso de la actividad sexual instintiva al erotismo en el período en que aparece nuestro semejante, ese Hombre del Paleolítico superior que fue el primero en no ser físicamente inferior a nosotros y tal vez, es necesario suponerlo así, pudo disponer de recursos mentales análogos a los nuestros. Nada prueba tampoco - sino por el contrario- que ese hombre antiguo tuviera, con relación a nosotros, la inferioridad, por otra parte superficial, de aquellos que a veces llamamos "salvajes" o "primitivos". (Las pinturas de su tiempo, que por otra parte son las primeras conocidas, ¿no son a veces comparables a las obras maestras de nuestros museos?)

El hombre de Neanderthal todavía tenía, en oposición a lo que somos nosotros, una inferioridad manifiesta. Sin lugar a dudas poseía como nosotros (y al igual que sus ancestros) la estación erguida. Pero aún se doblaba un poco sobre las piernas y por consiguiente no caminaba "humanamente": era el borde exterior y no la planta del pie lo que apoyaba sobre la tierra. Tenía la frente estrecha, la mandíbula prominente y su cuello no era, tal como el nuestro, lo suficientemente largo y delgado. Inclusive es lógico imaginarlo cubierto de pelos como los monos y como los mamíferos en su conjunto.

Nada sabemos sobre la desaparición de este hombre arcaico, salvo que sin ninguna transición nuestro semejante ocupa las regiones que hasta ese momento había ocupado el Hombre de Neanderthal; y que se multiplica por ejemplo en el valle de la Vézere y en otras regiones (del sudoeste de Francia y del norte de España) donde fueron descubiertos los numerosos restos de sus dones admirables: el nacimiento del arte sigue, en efecto, al acabamiento físico del ser humano.

Es el trabajo el que decide: es el trabajo cuya virtud determina la inteligencia. Pero el acabamiento del hombre al llegar a su cima, esta naturaleza humana realizada que primeramente nos ilumina, nos da, para terminar, una ebriedad, una satisfacción que no es sólo el resultado del trabajo útil. En el momento en que, vacilante, aparece la obra de arte, el trabajo era desde hacia ciento de miles de años una realización de la especie humana. Por último, no es el trabajo sino el juego quien decide cuando la obra de arte se realiza y el trabajo se convierte, al menos en parte y en las auténticas obras maestras, en algo distinto a una respuesta a la necesidad de utilidad. Es verdad que el hombre es esencialmente el animal que trabaja. Pero también sabe cambiar el trabajo en juego. Esto se debe subrayar a propósito del arte (del nacimiento del arte): el juego humano, verdaderamente humano, fue en primer lugar un trabajo, un trabajo que se convirtió en un juego. Este es finalmente el sentido de las maravillosas pinturas que adornan en desorden las cavernas profundas y de difíciles accesos. Dichas cavernas eran sombríos santuarios que las antorchas iluminaban débilmente; es verdad que las pinturas debían causar mágicamente la muerte de las bestias, de la caza que representaban. Pero su belleza animal, que fascina luego de milenios de olvido, siempre tiene un sentido primero: el de la seducción y la pasión, el del juego asombrado, el del juego que suspende el aliento y que subyace al deseo del éxito.

El dominio de las cavernas-santuarios es esencialmente el del juego. El primer lugar en estas cavernas está dado a la caza. La causa del valor mágico de las pinturas y también, tal vez, las belleza de las figuraciones eran consideradas más eficaces en la medida en que eran más bellas. Pero la seducción, la profunda seducción del lugar, la lograba sin duda en la atmósfera cargada de las cavernas, y en este sentido que es posible interpretar la asociación de las figuras animales de la caza y las figuras humanas eróticas. Sin duda alguna tal asociación no depende de una forma de posición previa. Más lógico sería invocar el azar. Pero es verdad que en primer lugar esas sombrías cavernas fueron consagradas de hecho a aquello que es el juego en su profundidad, el juego que se opone al trabajo y cuyo sentido consiste, en primer lugar, en obedecer a la seducción, en responder a la pasión. Pero lo que la pasión introduce allí es donde las figuras humanas aparecen, pintadas o dibujadas sobre los muros de las cavernas prehistóricas, es el erotismo. Sin hablar ya del hombre muerto del pozo de Lascaux, muchas de estas figuras masculinas tienen el sexo erguido. Inclusive una figura femenina expresa el deseo con evidencia. Por último, una imagen doble representa abiertamente, bajo abrigo de una roca de Laussel, la unión sexual. La libertad de esos primeros tiempos muestra una especie de carácter paradisíaco. Es probable que sus civilizaciones rudimentarias, pero vigorosos en su simplicidad, ignoraran la guerra. La de los esquimales de la actualidad, que la ignoraban antes de la llegada de los blancos, no tiene las virtudes esenciales; no tiene la suprema virtud de la aurora. Pero el clima de la Dordogne prehistórica era semejante al de las regiones árticas donde viven los esquimales actualmente. Y el humor de fiesta de los esquimales no fue sin duda extraño al de aquellos que fueron nuestros lejanos ancestros. Los esquimales respondían a los pastores, que querían oponerse a su libertad sexual, que hasta ese momento ellos habían vivido libre y alegremente, de una manera semejante a la de los pájaros que cantan. Sin duda alguna el frío es menos contrario a los juegos del erotismo que lo que nosotros imaginábamos en los límites del confort actual. Los esquimales lo prueban. De igual manera, sobre las altas mesetas del Tibet, cuyo clima polar conocemos, los habitantes son sumamente afecto a estos juegos.

Tal vez haya un aspecto paradisíaco de este erotismo del cual encontramos en las cavernas los rastros ingenuos. Pero este aspecto no es muy claro. Lo claro es que a su ingenuidad infantil se opone una cierta gravedad.

Trágica...sin duda alguna.

Al mismo tiempo, y desde el comienzo, cómica.

Porque el erotismo y la muerte están ligados...

Al mismo tiempo la risa y la muerte, la risa y el erotismo, están ligados.

En lo más profundo de la caverna de Lascaux ya vimos el erotismo ligado a la muerte.

Allí hay una extraña revelación, una revelación fundamental. Pero de tal magnitud que no podemos sorprendernos por el silencio -el silencio incomprensivo- que fue el único en acoger al principio un misterio tan denso.

El misterio es tanto más extraño por cuanto ese muerto con el sexo erguido tiene la cabeza de un pájaro, cabeza de animal tan pueril que quizá oscuramente y en la incertidumbre surge de ella un aspecto risible.

La proximidad de un bisonte, de un monstruo que agoniza perdiendo sus entrañas; una especie de minotauro al que aparentemente este hombre muerto e itifálico ha matado antes de morir.

Sin duda no hay en el mundo otra imagen tan grávida de horror cósmico; además, en principio inteligible.

Se trata de un enigma desesperante que con una crueldad risible se plantea en la aurora de los tiempos. Verdaderamente, no se trata de resolver este enigma. Pero si bien es cierto que carecemos de los medios para resolverlo, no podemos sustraernos a él; sin lugar a dudas es ininteligible, pero nos propone por lo menos vivir en su profundidad.

Nos exige, siendo la primera exigencia planteada humanamente, que descendamos al fondo del abismo abierto en nosotros por el erotismo y la muerte.

Nadie sospechaba el origen de las imágenes animales vistas al azar en ciertas galerías subterráneas. Desde hacia milenios las cavernas prehistóricas y sus pinturas habían en cierta manera desaparecido; un silencio absoluto se eternizaba en ellas. Inclusive al finalizar el siglo pasado nadie habría imaginado la delirante antigüedad de aquellas que el azar había mostrado. Sólo al comienzo de nuestro siglo la autoridad de un gran sabio, el abate Breuil, impuso la autenticidad de esas obras de los primeros hombres -los primeros que fueron nuestros semejantes- a los que la inmensidad del tiempo separa de nosotros.

La luz se ha hecho en la actualidad, sin que quede ni la sombra de una duda. Una incesante ola de visitantes anima hoy las cavernas que han emergido, poco a poco y unas tras otra, de una noche infinita...En particular anima la de Lascaux, la más bella, las más rica...

No obstante es, entre todas, la que permanece más misteriosa.

Efectivamente, en la anfractuosidad más profunda de esta caverna, la más profunda y también la más inaccesible (una escalera de hierro permite en la actualidad llegar a ella, por lo menos se lo permite a un pequeño número de personas a la vez, si bien el conjunto de los visitantes lo ignoran o lo conocen por reproducciones fotográficas...), en el fondo de una anfractuosas de tan difícil acceso que se la designa con el nombre de "pozo", nos encontramos frente a la más sorprendente y extraña de las evocaciones.

Un hombre, muerto según parece, está extendido, abatido, frente a un pesado animal inmóvil y amenazante. Este animal es un bisonte y la amenaza que surge de él es tanto más grave por cuanto agoniza: está herido y por el vientre abierto se deslizan sus entrañas. Aparentemente es el hombre caído quien golpea al animal agonizante con su venablo...Pero el hombre no es totalmente un hombre, su cabeza, la de un pájaro, termina en un pico. En este conjunto nada justifica el hecho paradojal de que el hombre tenga el sexo erguido.

A causa de este hecho la escena tiene un carácter erótico; este carácter es evidente y esta claramente subrayado, pero es inexplicable.

De tal manera en dicha anfractuosidad poco accesible se muestra oscuramente -es drama olvidado desde hace tantos milenios: reaparece pero no sale de la oscuridad. Se muestra y no obstante se vela.

Desde el mismo instante en que se muestra, se vela...

En esta profundidad cerrada se afirma un acuerdo paradojal, tanto más grave por cuanto se lo reconoce en esta oscuridad inaccesible. Este acuerdo esencial y paradojal es el de la muerte y el erotismo.

Esta verdad no ha cesado de afianzarse. Pero si bien afirma no deja de estar oculta. Esto propio tanto de la muerte como del erotismo. En efecto, uno y otro se ocultan: se ocultan en el mismo instante en que se revelan...

No podríamos imaginar una contradicción más oscura, mejor hecha para asegurar el desorden de los pensamientos.

¿Podemos imaginar un lugar más favorable para este desorden?: la profundidad perdida de esta caverna, que nunca debió ser habitada y que inclusive en los primeros tiempos de la vida propiamente humana debió ser abandonada. Sabemos inclusive que en la época en que nuestro primeros padres se extraviaban en la profundidad de ese pozo, les era necesario, queriendo llegar a él a cualquier precio, hacerse bajar con la ayuda de las cuerdas...

"El enigma del pozo" es verdaderamente uno de los más graves y es al mismo tiempo el más trágico de los enigmas que nuestra especie se plantea a sí misma. El lejano pasado del cual emana explica, en primer lugar, el hecho de que se plantee en términos cuya excesiva oscuridad es sorprendente. Pero, finalmente, una oscuridad impenetrable es la virtud elemental de un enigma. Si admitimos este principio paradojal entonces el enigma del pozo, que responde de una manera tan extraña y perfecta al enigma profundo, siendo el más lejano y el más oscuro en sí mismo que la lejana humanidad propone a la humanidad presente, podría ser al mismo tiempo el más cargado de sentido.

¿No está cargado, en efecto, del misterio inicial que es a sus propios ojos la venida del mundo, la aparición inicial del hombre? ¿No liga al mismo tiempo a este misterio y a la muerte?

La verdad es que resulta inútil introducir un enigma a la vez esencial y planteado en la forma más violenta independientemente de un contexto que es bien conocido pero que, en razón de la estructura humana, permanece en principio velado.

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